17 de septiembre 2025
¡Que alguien me explique!
Extrañando a Don Eugenio
Cuando contemplamos, sorprendidos, el silencio y la complacencia de las cúpulas empresariales, de los empresarios que mueven a México con su capital y sus empleos, es inevitable cuestionarnos dónde están los Eugenios Garza Sada
Por Ramón Alberto Garza
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Cuando contemplamos, sorprendidos, el silencio y la complacencia de las cúpulas empresariales, de los empresarios que mueven a México con su capital y sus empleos, es inevitable cuestionarnos dónde están los Eugenios Garza Sada.
Hoy 17 de septiembre -hace ya 52 años- el patriarca del Grupo Monterrey, fue asesinado a las puertas de su empresa por integrantes de la llamada Liga Comunista 23 de Septiembre, un enjambre de jóvenes universitarios idealistas de izquierda que fueron criminalmente manipulados por el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez y por su oscuro operador Fernando Gutiérrez Barrios.
A partir de esa fecha, nada volvió a ser igual en las relaciones entre el gobierno y los hombres del capital. Menos aun cuando 32 días después del artero asesinato de don Eugenio, fue también victimado -por la misma Liga Comunista 23 de Septiembre- el líder empresarial de Jalisco, Fernando Aranguren. Ambos -Garza Sada y Aranguren- eran hombres progresistas, que se adelantaron a su tiempo otorgando a sus trabajadores prestaciones como hospitales y viviendas, antes de que fueran creados el Infonavit y el Seguro Social.
Pero, a un personaje ególatra, megalómano y, sobre todo, sediento de poder absoluto como lo fue Luis Echeverría, no le cuadraba que los empresarios incursionaran en tareas sociales, mucho menos en esparcir su ideología “de derecha” en medios de comunicación que abiertamente patrocinaron.
La bala que le arrebató la vida en 1973 a don Eugenio Garza Sada acabó por ser el principio de la muerte de aquel aguerrido espíritu empresarial contestatario, que les imponía límites a los hombres del poder en turno. Y esos límites incluían paros nacionales y huelgas de impuestos.
Con José López Portillo se forjaron alianzas para una producción que, por excesos en el endeudamiento petrolero, acabó nacionalizando la Banca. Y el favor del pago de aquella estatización, más la salvación de las deudas empresariales impagables tras aquella devaluación, hicieron del gobierno de Miguel de la Madrid el primer socio del sector empresarial mexicano. Se crearon los “Mexdólares” y los Certificados de Aportación Patrimonial -CAPs- para mitigar el drama económico en las empresas endeudadas.
Con Carlos Salinas de Gortari vinieron las privatizaciones y, con ellas, la emergencia de un nuevo sector empresarial dócil y cómplice. Carlos Slim es el mejor ejemplo de esos favores de gobierno, concesiones a modo que compraron lealtades y voluntades a cambio de silencio, de no hacer olas.
Con Ernesto Zedillo se crearon las UDIs para estabilizar la inversión tras el llamado Error de Diciembre y el Fobaproa vino a sellar el pacto del rescate y la complicidad final, no sólo para salvar a los banqueros, sino para blanquear ilegalmente la deuda de cientos de empresas con el dinero de los ciudadanos que todavía hoy continuamos pagando.
A partir de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, el cogobierno prianista y el sector empresarial acabaron durmiendo en la misma cama. Los empresarios acumulando capital, a cambio de guardar silencio frente a la escandalosa corrupción en la que todos -gobernantes y empresarios- se cubrían las espaldas. El llamado “outsourcing” fue la cereza de aquel pastel para abaratar el costo de la mano de obra, engañar a los trabajadores y lograr, bajo el paraguas del libre comercio, mayores ganancias para el capital.
Esa fue la inmensa fractura social por la que, en su tercer intento, se coló a Palacio Nacional un hijo de Luis Echeverría -Andrés Manuel López Obrador- que con su absolutismo y su falta de respeto al Estado de Derecho, fabricó un gobierno corrupto a la medida de su ambición.
En medio de abrazos frenó los balazos y cedió territorios al crimen organizado. Acabó aliado al Cártel de Sinaloa. Estructuró el robo del siglo, con el contrabando de huachicol fiscal y del huachi-diésel, dos crímenes de Estado que acabaron hundiendo a Pemex y a la CFE, haciendo ricos a miles de juniors y de gasolineros, pero, sobre todo, usando ese dinero mal habido para financiar el empoderamiento de Morena. Y frente a esos caprichos y ocurrencias del gobierno de la Cuarta Transformación, los empresarios guardaron silencio cómplice. Les rescataron el fracaso del aeropuerto de Texcoco que se les hundía, con Carlos Slim y socios naufragando en deudas de miles de millones de dólares que hoy pagamos todos los mexicanos.
Hoy, las cúpulas empresariales son punto menos que un cero a la izquierda. Apenas sirven para la foto sonriente junto al poder que los aplasta. No ejercen la menor crítica, mucho menos significan una presión real que promueva el equilibrio entre gobierno y sector productivo.
El SAT está convertido en una inquisición al servicio del hijo de Andrés Manuel López Obrador, que busca garantizar su ascenso a la Presidencia en 2030. Se puede perseguir fiscalmente a un empresario por diferencias políticas y el resto de su ralea empresarial guarda silencio. Temen que les apliquen la misma receta y mejor callan.
De 2024 a la fecha se convalidó una elección de Estado, el robo de la mayoría calificada en el Poder Legislativo y la desaparición del Poder Judicial para crear una estructura populista al servicio de Morena, y el sector empresarial toleró sin chistar. Ahora viene la embestida sobre la Reforma Electoral y nadie de las cámaras empresariales, ni de los hombres del capital, abren la boca para cuestionar. Están en el juego de “Juan Pirulero” en el que cada quién atiende su juego. Las libertades conculcadas poco importan, mientras los reportes de las utilidades continúen al alza.
Por eso hoy, 17 de septiembre, fecha en la que se recuerda el asesinato del progresista patriarca empresarial de Monterrey, es inevitable preguntar: ¿Dónde están los Don Eugenios? ¿Dónde están los hombres y las mujeres del capital que antepongan su interés personal, en aras de defender el interés ciudadano, que es al final el suyo propio?
Es un enorme drama que México se esté hundiendo en un mar de corrupción, con un gobierno mediocre y absolutista que no tolera la mínima disidencia, sofocado con la complicidad de una clase empresarial que todo lo cuestiona en las mesas, pero que nada reclama en público. ¿Hasta cuándo veremos a otro Don Eugenio?
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