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¡Que alguien me explique!

El Síndrome de Chabelo

Tengo años sosteniendo la tesis del Síndrome de Chabelo en cada “catafixia” con la que el gobierno -sea priista, panista o morenista- busca mostrarse como el generoso y magnánimo frente a quienes menos tienen

Por Ramón Alberto Garza

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Cualquier mexicano que se precie de serlo, y que haya nacido en la segunda mitad del siglo pasado, creció de la mano de Chabelo.

Yo tendría nueve años cuando conocí a ese “señor” de pantalón corto y voz de niño que se transformó en todo un ícono mundial por sus casi cinco décadas de programación televisiva, todavía más longevo que el genial Chespirito.

Los padres -desde los años 60 hasta los de los primeros años del 2000- tenían en Chabelo a su mejor niñera dominical. En Familia, su programa insignia con sus comerciales de Muebles Troncoso, Choco Milk y Ricolino, era por mucho el programa de mayor rating semanal de Televisa.

Pero, al margen de toda la diversión que nos dio a sus “cuates” y las “catafixias” de sonrisas que nos regaló, existe un lado cuestionable en la sociología de ese personaje que marcó al inconsciente colectivo nacional. Me explico.

Los juegos con Chabelo ponían a competir a niños y a sus papás para ganar un premio. Y todos los “ganadores” acababan en la “catafixia”, con la posibilidad de cambiar esa bicicleta ganada en el primer juego, por una recámara de muebles Troncoso o por un viaje a alguna playa. Hasta aquí, divertido.

El problema es que Chabelo tenía el “corazón de pollo” y cuando un niño perdía y comenzaba a llorar, volteaba al auditorio para preguntarle si se le daba el premio que no ganó, “al perdedor”. Por supuesto que el pueblo bueno y sabio gritaba en el estudio “¡Siiii!, ¡Siiii!” y “el perdedor” acababa llevándose a casa su bicicleta.

Y venía la hora de “catafixiar” el premio entre ganadores, eligiendo entre dos o tres premios misteriosos, escondidos tras una cortina. Solo uno de esos premios valía la pena y los otros eran simples golosinas o repostería. Así que, cuando la bicicleta del niño ganador era “catafixiada” -o sea canjeada- por sus padres por algo de menor valor, venía el llanto no solo del niño, sino también de sus progenitores.

Y de nuevo Chabelo -magnánimo él, generoso cual político repartiendo tarjetas del Bienestar- volvía a buscar la aprobación del auditorio que asistía en vivo al estudio para preguntarles si de cualquier manera se le daba la recámara o la sala de muebles Troncoso a la familia “perdedora”, que había “catafixiado” la bicicleta por un sobrecito de golosinas Krankys. Y por supuesto la respuesta al unísono era “¡Siiiiii!”.

Nadie, tal vez demasiado pocos, perdían con Chabelo. Poco a poco se fue haciendo en el inconsciente de su auditorio -que éramos todos los mexicanos- una máxima: juega, y si pierdes, llora para que te den lo que no te ganaste. Y con los papás igual. Muestra tu cara de drama, suelta algunas lágrimas, di que ya te veías durmiendo en la recámara que esperabas ganar en la “catafixia” perdida. De cualquier manera, se te recompensará. Nunca perderás.

El problema es que, millones y millones de niños y niñas, crecieron durante décadas convencidos de que en México aun perdiendo se ganaba, si se lloraba. Que con unas lágrimas de lástima frente a Chabelo y a su auditorio se conseguía lo que no se tenía. La dádiva, aún inmerecida, con la venia y bendición de las mayorías.

Y ese mantra televisivo se trasladó a las calles, a los sindicatos, a las empresas, a las familias. Si te sientes perdido, tú llora y patalea, que Papá gobierno -el Chabelo social- te recompensará, aunque no lo merezcas, aunque seas un perdedor.

El 3 de febrero de 2020 tuve la fortuna de coincidir -asiento con asiento- en un vuelo de dos horas con Chabelo. Y le compartí mi tesis de lo que instaló “sin querer queriendo” -como diría El Chavo del 8- en el inconsciente colectivo nacional.

Con ese gesto infantil tan peculiar guardó un largo y pensativo silencio y me dijo: “Nunca lo vi así, pero quizás tienes razón, mi cuate”.

Nada de maldad existía en la inocencia que por décadas conquistó a millones de televidentes, pero como suele suceder en la vida real, existen acciones que, sin pensarlo, modifican la psique de todo un pueblo hasta asumir comportamientos que definen a una Nación.

Tengo años sosteniendo la tesis del Síndrome de Chabelo en cada “catafixia” con la que el gobierno -sea priista, panista o morenista- busca mostrarse como el generoso y magnánimo frente a quienes menos tienen. Y casi siempre esa “catafixia” es la de mi voto por una despensa, mi marcha al mitin por una torta o mi militancia ficticia por una tarjeta, sea Roja, Azul o del Bienestar.

En México, como solía suceder domingo a domingo en el programa En Familia, nadie pierde. Somos una nación de “niños llorones” en donde basta derramar unas lágrimas para ganar, como si se hubiera hecho el mayor esfuerzo.

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