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El Presidente en su laberinto (II)

El presidente López Obrador sabe que el tiempo se agota y busca rescatar esa estatua de bronce que siempre imaginó en sus sueños. Si ya no como héroe, al menos como mártir

Por Ramón Alberto Garza

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Desde que Andrés Manuel López Obrador soñó con ser presidente de México se prometió a sí mismo ser el nuevo héroe de la Historia de México.

Su legado político tras su paso por Palacio Nacional tendría que ser igual o superior al de Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas, los próceres a quienes más admira. Sería el cuarto gran transformador de nuestro país.

Y siempre imaginó que su recompensa por devolver a México a la ruta de una menor desigualdad y el destierro de la corrupción sería un mausoleo de bronce en Paseo de la Reforma, como la de todos los próceres de la Nación.

Hicieron falta 18 años de luchas a contracorriente contra el anquilosado y viciado sistema político y económico que lo estigmatizó como “un peligro para México”, para alcanzar el acariciado sueño de sentarse en la Silla del Águila.

Pasado el primer año de la llamada Cuarta Transformación y cuando se aprestaba a desplegar las alas para volar a cielo abierto, sobrevino la pandemia. Y con ese virus aparecieron todas las catástrofes. La sanitaria, la política, la social y la económica.

De pronto, el presidente transformador se vio al espejo y comprendió que el colapso financiero global por la crisis sanitaria le impediría cumplir con sus promesas. Imposible hacerlo frente al nuevo y obligado destino del presupuesto.

Y el único camino que encontró fue el de radicalizarse. Abandonó a sus ortodoxos, los hombres y mujeres del equilibrio, para refugiarse en sus radicales de una ideologizada izquierda, cuyo liderazgo silencioso pernocta en Palacio Nacional.

Ese giro radical, con la frustración y la siembra de odios desde su Mañanera, engrosaron las filas de sus adversarios, algunos incluso mostrando el monóculo y el ceño de Huerta. Y su destino, alejado ya de la estatua de bronce de Juárez, se acercó más al de Madero. Las traiciones comenzaron a rondar  el despacho presidencial.

El mandatario supo, entonces, que tendría que replantear sus pactos y, en su desesperación, acabó sentado en la mesa con las Mafias del Poder. Las del crimen organizado y las económicas. 

Y la sombra mártir del malogrado Luis Donaldo Colosio, al que las mafias de su tiempo lo ultimaron en Lomas Taurinas, se asomó en el horizonte del onírico bronce presidencial.

Hoy, el inquilino de Palacio Nacional, el que soñó con ser el héroe de la Cuarta Transformación, sabe que de alcanzar el fin de su sexenio en 2024 será todo, menos héroe. Incluso por la dramática realidad que se avecina podría acabar como villano, una vocación que jamás imaginó en sus planes.

La crítica realidad de la economía global post pandemia y el pésimo gobierno sostenido con un mediocre gabinete, le están estrechando la puerta para ceñirse cualquier corona de olivos.

Pero si no se puede alcanzar el rango del héroe y se quiere esquivar el destino del villano, siempre habrá una tercera vía: la del mártir.

Y esa condición de mártir se puede alcanzar desde la enfermedad o desde la muerte.

Juárez, su modelo, el de la Primera Transformación, murió a los 66 años de angina de pecho en sus habitaciones de la sala norte de Palacio Nacional, buscando consumar su separación Iglesia-Estado.

Por eso, en el mapa que traza el futuro político del presidente López Obrador, no se debe descartar su salida anticipada de Palacio Nacional por motivos de salud. El terreno está listo y sus despedidas y discursos invocando la “misión cumplida” son cada vez más frecuentes en sus mañaneras.

Por eso, el mandatario abrió tan anticipadamente el juego sucesorio, no solo con el 2024 como destino, sino ante la posibilidad de que la emergencia obligue antes al interinato.

Por eso, el presidente sale hoy a la calle a compartir su poder, para habilitar a Claudia Sheinbaum como el eje de su Testamento Político. Promoviendo desde la casa presidencial  amplios reportajes y entrevistas en medios internacionales que le den la estatura que aún no alcanza. Para el 2024, sí, pero también para antes, si fuera necesario.

Por eso combate a sus rebeldes, como Ricardo Monreal, porque le significan una amenaza a la herencia trunca y mucho más a la sucesión anticipada. Es necesario garantizar la mayoría en el Senado para designar al interino.

Por eso, el inquilino de Palacio Nacional luce iracundo, molesto, cansado y apesadumbrado. La realidad parece rebasarlo y el discurso de la corrupción y el de “no somos iguales” se topa con la terca realidad.

El presidente López Obrador sabe que el tiempo se agota y busca rescatar esa estatua de bronce que siempre imaginó en sus sueños. Si ya no como héroe, al menos como mártir. Y evocando a Octavio Paz, es ahí donde se ubica hoy el laberinto de su soledad.

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