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El adiós de Romo

Quizás la salida de Romo debió darse un año o seis meses antes. Pero buscó cumplir su promesa de los dos años mínimos, porque no se trataba de confrontar con el presidente López Obrador ni lesionar al gobierno de la 4T

Por Ramón Alberto Garza

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Era la crónica de una salida largamente esperada. Alfonso Romo dejó la Oficina de la Presidencia en el gobierno de la Cuarta Transformación.

Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que continuará apoyando como enlace con el sector privado, lo cierto es que el gabinete pierde a un colaborador estratégico.

Y las repercusiones nacionales e internacionales de que el empresario regiomontano ya no despache en sus oficinas de Palacio Nacional serán impredecibles. 

Las razones oficialmente anunciadas por el mandatario es que Romo cumplió el ciclo de dos años al que se comprometió cuando le aceptó ser el enlace del entonces nuevo gobierno con los empresarios.

Y eso es cierto. Romo nunca buscó una posición en el gabinete. La asumió al cinco para las doce, cuando ante la inevitable victoria del candidato López Obrador sus pares del sector privado prometieron el apoyo si el empresario se convertía en el aval que los conectara con el gobierno Cuarta Transformación. Ese fue el compromiso.

Como presidente, Andrés Manuel López Obrador pudo hacer de Romo su gran aliado. Pero le faltó al respeto desde el momento en que el mandatario anunció unilateralmente, sin negociación de por medio, la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.

Y a partir de ese momento, muy temprano en el arranque del sexenio, Romo se dedicó a ser un enlace para restaurar las dañadas relaciones con los empresarios y a buscar nuevas formas de que los hombres del capital contribuyeran al urgente crecimiento. Costó trabajo recuperarse del golpe de Texcoco.

Una y otra vez Romo le acercó al presidente a los más relevantes empresarios de cada una de las regiones de México para evaluar las mejores formas de invertir, de trazar un plan energético, de resolver la crisis de los medicamentos o el abandono del sector agropecuario, por citar algunos temas clave.

Pero la buena voluntad de esos encuentros plagados de optimismo y sonrisas presidenciales se estrellaban demasiado pronto con la realidad. Los radicales de la Cuarta Transformación boicoteaban una y otra vez los acuerdos.

O el presidente era ignorado o rebasado por sus subalternos en sus promesas -sin consecuencia alguna- o el presidente se prestaba al juego en que él era el bueno y sus colaboradores los malos. Al final el resultado era el mismo: poco o nada se avanzaba.

Desde la cancelación de la cervecera Constellation Brands, pasando por la suspensión de las inversiones privadas nacionales e internacionales en energía y el rechazo a las eólicas y solares.

También el reclamo al manejo de las compras de medicamentos, las negociaciones sobre el etiquetado, el drama agrícola con la autorización tardía del glifosato, las atoradas devoluciones oportunas del IVA, la cancelación en la compra de tecnologías o la suspensión de las becas del Conacyt.

La confianza en el gobierno de la Cuarta Transformación se fue erosionando. Valían más para el presidente las decisiones ideológicas de Manuel Bartlett y Rocío Nahle que las negociaciones pragmáticas y de sentido común que proponía Romo, buscando alcanzar la marca propuesta del crecimiento que le fue encomendada.

Y el empresario regiomontano que en solitario le apostó desde el 2010 al proyecto lopezobradorista -con todos los costos políticos, económicos y personales entre sus pares- comenzó a cansarse de nadar a contracorriente al darse cuenta que los acuerdos de Palacio no se cumplían.

Quizás la salida de Romo debió darse un año o seis meses antes. Pero buscó cumplir su promesa de los dos años mínimos, porque no se trataba de confrontar con el presidente López Obrador ni lesionar al gobierno de la Cuarta Transformación.

Ojalá que en estos días, cuando ya no tenga a Romo a la mano en Palacio Nacional -que de hecho desde hace algunos meses despachaba poco- el presidente no solo recuerde el valor que tiene aquello de “Honrar los Contratos” que le repitieron una y otra vez los inversionistas norteamericanos en aquella cena de la Casa Blanca.

Y que el mandatario sume a esa indispensable reflexión otros conceptos cruciales, como “Honrar la amistad”, “Honrar la lealtad”, “Honrar el respeto” y “Honrar la palabra”.

Sería un ejercicio muy útil para evitar que otros como Alfonso Romo -de su estatura profesional y calidad humana- no terminen diciéndole adiós a un proyecto que prometía mucho, pero que hasta ahora entrega muy poco. Veremos los efectos.

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