¿Cuánto falta para la elección?

3 de mayo 2024

16 de octubre 2017

¡Que alguien me explique!

Descalificar es el juego

Como José Antonio Meade es señalado como uno de los favoritos para ser el candidato presidencial del PRI la consigna es destrozarlo

Por Ramón Alberto Garza

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Cuando hace unos días José Antonio Meade confesó que en las elecciones del 2012 votó por el priista Enrique Peña
Nieto lo intentaron ahogar un vaso con agua.

Sus detractores, desde la oposición o desde el fuego amigo, lo calificaron de traidor. “Cómo se atrevió el secretario de Hacienda del gobierno panista de Felipe Calderón a votar por el candidato priista a la presidencia”, se preguntaron.

Olvidaron esos críticos que Meade es un político sin partido. Lo que no significa otra cosa su voto por la persona, no por el partido. Esa es su congruencia.

Pero como el actual secretario de Hacienda es señalado como uno de los favoritos para ser el candidato presidencial del PRI, en donde nunca ha militado, la consigna es destrozarlo.

Y ese es el signo ignominioso con el que vuelven a despertar las campañas del 2018. La descalificación del rival por la ruta del descrédito, de la intriga o del fake news.

Para precandidatos como Andrés Manuel López Obrador no es nuevo. Los ataques en su contra como “el peligro para México” se fincan en mitologías dispersadas por quienes temen el cambio de juego político.

Que si sería un Hugo Chávez que nos convertiría a ser una nueva Venezuela o que si sería el Robin Hood que les quite a los ricos para darle a los pobres. De que es malo, es malo, dicen los filósofos del Hoyo 19.

¿Ricardo Anaya? Es un chamaco imberbe que traicionó al PAN con un golpe de Estado a Gustavo Madero y al que ahora pretenden poner bajo la lupa el patrimonio de la familia directa y la política, como si fueran negocios mal habidos desde su posición como líder albiazul.

Ni que decir de Margarita Zavala. Es una engreída que porque sabe que no la tiene segura dentro del PAN decide irse como independiente. Se le descalifica por el hecho de ser la esposa de Felipe Calderón, como si no contara con una historia y credenciales propias.

A Alejandra Barrales le exhiben departamento en Miami y casa en Las Lomas. Todo por su ambición de buscar se la primera gobernadora electa de la Ciudad de México. Y la descalifican como una mujer sin méritos, operando como títere para una banda en el Sol Azteca.

Y así de descalificación en descalificación, se pueden tejer tantas historia como candidatos existen. Se llamen Pedro Ferriz, Ricardo Monreal, Armando Ríos Piter, Rafael Moreno Valle, Miguel Angel Osorio Chong o Aurelio Nuño.

No salimos de la era primitiva de la política del descontón con la mandíbula de un burro, para matar al hermano adversario, sin que escuchemos una propuesta concreta, algún plan real de gobierno, que exija debate de altura y propicie la decisión inteligente del voto.

Y por esa salida fácil, la política se fractura, colapsa, se degrada. Enciende pasiones radicales y acaba polarizando a una nación que lo último que necesita es una guerra civil, aunque solo sea mediática.

Volteen al norte, en donde la última campaña presidencial exhibió ese primitivismo de la descalificación por encima del proyecto de nación.

Donald Trump y Hillary Clinton serán recordados en campaña por los mails destruidos en el Departamento de Estado, la intromisión de Rusia o los acosos sexuales del candidato republicano. ¿Y el plan de gobierno?

Vamos para el primer año de gobierno de Trump y hasta ahora solo seguimos vemos descalificaciones sucias. De un lado y del otro. Pocos hechos.

¿Eso buscamos en México para el 2018? ¡Qué pobreza de elección nos espera!

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