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Asumir el timón en la tormenta

La peor pandemia global en una generación y una recesión económica sin precedentes en décadas ponen a prueba el liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador. La tormenta es inédita, como inéditas tienen que ser las estrategias del capitán del barco y sus grumetes par impedir que el país frene su navegación e incluso naufrague.

Por Ramón Alberto Garza

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En medio de la tormenta global del Coronavirus, los mexicanos despertamos ayer lunes para escuchar al líder de nuestra Nación asumir las decisiones que marca la emergencia.

Un día mas esperamos en vano. El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció los temas de La Mañanera. Guardia Nacional y seguridad, Profeco y precios de gasolinas y la consulta sobre la cervecera en Mexicali.

Nada de la emergencia. Solo la respuesta a una pregunta advirtiendo que los apoyos serán para los pobres, no para el sector privado. Ningún detalle concreto.

Apenas un día antes, durante su gira por Oaxaca, envió un video en el que -a contracorriente del mundo- le pedía a la población que saliera a pasear, que nada sucedía. Que nuestra raza era muy resistente. Que él nos diría cuando nos guardáramos en nuestras casas. Demasiado tarde.

Con mas sensatez, con mas responsabilidad, con mejores datos, la sociedad mexicana trazó desde hace días su propia ruta de viaje para enfrentar la tormenta que nos tiene instalados hoy anclados en el puerto de la incertidumbre. Los mexicanos no esperaron mas la señal de su capitán.

Se cansaron de ver cómo la falta de respeto al convocar a giras con multitudes, de besar niños y ancianas, de desdeñar el gel para alejar el virus, de sacar estampitas e invocar el “detente”, de ser “fuerza moral y no fuerza de contagio”, no frenaba la expansión de la pandemia.

Hoy las calles de las ciudades, las escuelas, las universidades, los restaurantes, los bares, los cines, los museos, están desiertos a pesar de lo que diga presidente.

En todo el mundo, todos los mandatarios -hoy ya sin excepción- ordenaron la parálisis nacional para mitigar la contingencia.

Donald Trump en Estados Unidos y Boris Johnson en Reino, junto con el presidente López Obrador compartían su estrategia: dejar hacer, dejar pasar. Los primeros dos ya claudicaron.

El inquilino de la Casa Blanca modificó radicalmente su discurso y se colocó al frente de la emergencia. Y ante lo evidente, Johnson no tuvo otra salida que anunciar ayer por la mañana la cuarentena para su país. López Obrador ya está solo.

Algunos mandatarios cerraron sus fronteras y los mas doctos anunciaron de inmediato un plan económico de choque. Para apoyar a sus empresas y para rescatar a su población menos favorecida.

Pero en México el capitán todavía ayer se empeñaba en desdeñar la tormenta, en ignorar los vientos en contra y el oleaje que amenaza con hacer naufragar la embarcación en la que vamos todos. En México la pandemia parece no existir por decreto. El silencio de La Mañanera de ayer lo confirmó.

Y hasta que alguno de los “científicos” de toda la confianza decida que ya es hora de activar la Fase 2 –aunque la OMS ya la dictó para Mexico- se anunciarán medidas que curiosamente ya asumimos por nuestra cuenta todos los que estamos a bordo del barco. Cada cual nos vimos obligados, desde la sociedad, a asumir el timón de nuestra propia tormenta.

La emergencia es conducida hoy no por un presidente electo por 33 millones de mexicanos, sino por gobernadores como Enrique Alfaro, de Jalisco; aún con sus fallas por Claudia Sheinbaum, en la Ciudad de México o incluso por el muy cuestionado Jaime “El Bronco” Rodríguez de Nuevo León. Ninguno esperó la orden del capitán. Y a falta de un plan integral, cada cual intenta poner a salvo a los suyos en su bote salvavidas.

Es entendible que el presidente López Obrador esté negado, ante el agobio que significa el reto de hacerle frente al desempleo masivo que se avecina significaría el hambre de los mexicanos que viven al día. Su mayor y justa preocupación.

Y peor aún, que toda la ruta trazada hacia el destino de una nueva nación –que debió esperar 12 años para zarpar hacia la Cuarta Transformación- se ponga en peligro por la pandemia mundial, la caída de los precios del petróleo y las inevitables caídas en remesas y turismo.

Pero pasado el natural desconcierto ante lo imprevisto, la realidad exige, demanda crecerse. Y el líder está obligado a sujetar con mayor fuerza su timón, replantear la ruta, buscar mejores o menos tormentosas rutas. Nunca achicarse, jamás callar, ni imitar al avestruz. Y mucho menos negar la realidad.

Los días de tormenta tampoco son los mejores para polarizar. Anunciar sin detalles que solo se va a apoyar a los pobres, sin dar incentivos al sector privado –como se está haciendo en todo el mundo- es ordenar apagar lo motores que mueven el barco.

Si esos incentivos no se dan, no se podrá mitigar el desempleo. Y quienes hoy por voluntad propia se resguardan de la pandemia en sus hogares, estarán mañana sin un salario que los ayude a sobrevivir cuando pase la crisis sanitaria. Tendrán entonces que sortear la económica.

Sin duda la tormenta es inédita, como inéditas tienen que ser las estrategias del capitán del barco y de sus grumetes, para impedir que en medio de la gran crisis global, ese barco llamado México frene su navegación e incluso naufrague. Ya no hay mas tiempo que perder. El presidente tiene que retomar el timón y hacerle frente a la tormenta.

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