¿Cuánto falta para la elección?

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12 de octubre 2020

¡Que alguien me explique!

AMLO sin Morena

Desarticulado, confrontado por las distintas tribus políticas, incapaces de sentarse a la mesa para conciliar, acusando a sus dirigentes de desvíos financieros y de manipulaciones en las encuestas, Morena naufraga en la incertidumbre.

Por Ramón Alberto Garza

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Decepcionado por el pésimo espectáculo político de su partido, Morena, el presidente Andrés Manuel López Obrador lanzó el 28 de agosto del 2019 una seria advertencia a su dirigencia y a su militancia.

“Yo si el partido que ayudé a fundar, Morena, se echara a perder, no solo renunciaría a él, sino me gustaría que le cambiaran el nombre. Que ya no usaran ese nombre. Porque ese nombre nos dio la oportunidad de llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida pública del país. Entonces no se debe de manchar ese nombre”.

Ya transcurrieron 13 meses de aquel regaño presidencial y Morena va de mal en peor.

Y a menos de ocho meses de las elecciones de medio término –las del 6 de junio del 2021- el llamado Partido en el Poder está más partido que nunca.

Incapaces de elegir en dos años a su dirigente nacional, la última intentona se dará hoy lunes, con la amenaza de Porfirio Muñoz Ledo de declararse “Presidente legítimo”, por sobre su rival Mario Delgado.

Desarticulado, confrontado por las distintas tribus políticas, incapaces de sentarse a la mesa para conciliar, acusando a sus dirigentes de desvíos financieros y de manipulaciones en las encuestas, Morena naufraga en la incertidumbre.

Pero el presidente no puede decirse ajeno a ese naufragio, porque cuando dejó la dirigencia de Morena para ser su candidato presidencial, fue él quien instaló a Yeidckol Polevnsky al frente del Partido. Era entonces su secretaria general y sería por algún tiempo su presidenta interina.

La borrachera del éxito de la Regeneración Nacional, combinada con la resaca del rechazo masivo al corrupto PRIAN, hicieron creer que el trabajo político de Morena triunfó en las elecciones presidencial y legislativa del 2 de julio del 2018.

Lo único cierto es que -con o sin Morena- López Obrador y su mayoría se habrían instalado en Palacio Nacional, en San Lázaro y en el Senado sin mayor problema.

Ya en el poder, ejerciendo el reparto de posiciones y de presupuestos, los muchos defectos del incipiente partido, gestado con la deficiente genética del PRD, exhibió sus hondas fracturas en las disputas por el poder.

Lejos de reconciliar, Polevnsky se dedicó dos años a crear una red nacional de complicidades –políticas y financieras- que terminaron por unificar a las otras tribus morenistas en su contra.

Su pobre herencia está de manifiesto en el triste balance nacional. Morena carece hoy de presidentes en 17 de los 32 estados.

Y no tiene dirigencia en Aguascalientes, Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Coahuila, Guerrero, Hidalgo, Edomex, Michoacán, Morelos, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Sonora, Tabasco y Veracruz.

Tampoco existen comités ni consejos de Morena en Durango, Jalisco, Quintana Roo, Sinaloa y Tlaxcala.

La lealtad del electorado hacia el gobierno de la Cuarta Transformación no viene hoy de la articulación política del llamado Partido en el Poder.

Los apoyos descansan en los programas clientelares que articula Gabriel García Hernández. El Coordinador General de Programas para el Desarrollo es, de facto, el líder político del lopezobradorismo.

Unos 27 millones de mexicanos, que son la base política y electoral del actual gobierno, son quienes reciben los apoyos a adultos mayores, las becas a jóvenes, a discapacitados, a hijos de madres trabajadores y a Sembrando Vida.

Si en algún momento el candidato López Obrador cuestionó el clientelismo del programa Solidaridad, diseñado en el gobierno de Carlos Salinas, hoy son los programas arropados bajo la tutela del Bienestar los que replican aquel modelo que tanto despreció en sus discursos.

Y mientras, hacia el interior de Morena se replica la misma fractura que se ve en el Gabinete.

Dos facciones. Una fundamentalista que reclama la paternidad y el derecho único para dirigir a Morena. Y la otra que promete acabar con el radicalismo de izquierda, para hacer un partido más abierto e incluyente.

Dos grupos. El de Alfonso Ramírez Cuéllar, Claudia Sheinbaum, Bertha Luján, Irma Eréndira Sandoval, Rocío Nahle, Héctor Díaz Polanco, Luisa María Alcalde.

Y el otro, de Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Mario Delgado, Alejandro Rojas Díaz Durán, entre otros.

Dos proyectos para resolver la carrera presidencial del 2024 o incluso un posible interinato: Claudia Sheinbaum contra Marcelo Ebrard.

El espectáculo político de Morena es muy lamentable. Pasan de una encuesta en la que Muñoz Ledo aventaja dos a uno a Mario Delgado, a otra en la que días después la diferencia es de apenas unas centésimas de punto. Imposible conciliar. Difícil de creer.

Y lo que suceda hoy con la amenaza de Muñoz Ledo para asumir por la fuerza el control del Partido, definirá si lo que se vive en Morena es el principio o es su fin.

Por lo pronto vale la pena recordar el último extrañamiento presidencial sobre su Partido.

“Me quito la investidura y solo por esta ocasión hago este comentario. Me llama la atención que llevan, los dirigentes de Morena, de mi partido, aunque yo tenga licencia porque soy presidente, no se cuánto tiempo sin resolver la dirigencia. Como más de un año.

“Se enfrascaron en pleitos y se hacen las encuestas y se le pregunta a la gente, si fuesen las elecciones por quién votarías? Y ese partido está arriba, o sea, es mucho pueblo para tan poco dirigente.”

Eso lo dijo el presidente el 2 de octubre. Pero todo indica que ese 2 de octubre sí se olvida. ¿Cumplirá el presidente López Obrador su amenaza de dejar el partido que él mismo fundó?

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