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LeBarón: las dudas

La autoridad debe ser sensible al dolor humano, pero su obligación es esclarecer las preguntas que siguen en el aire: ¿Por qué se envió a mujeres y niños a una de las carreteras más peligrosas de México? ¿Por qué se alteró la escena del crimen? ¿Cuáles son los vínculos de la familia con NXIVM?

Por Ramón Alberto Garza

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No podemos invocar el evidente drama de una familia que pierde a nueve de sus miembros en una emboscada para darle carpetazo a una investigación y conformarnos con la tesis de que fue un acto desalmado del crimen organizado.

Por supuesto que somos sensibles al dolor humano, más aún cuando se trata de tres inocentes madres de familia y seis de sus hijos, de entre ocho meses y doce años de edad, sin contar con los ocho menores más que en medio de aquel infierno salvaron sus vidas.

Pero si buscamos la verdad sobre lo que sucedió el pasado 4 de noviembre en Sonora, la obligación de la autoridad no es asumir simplistas respuestas, sino indagar en las preguntas que siembran más dudas que respuestas.

La primera pregunta que haría cualquier investigador es cómo es que tres mujeres y catorce menores de edad iban solos, en tres camionetas, por caminos de terracería entre las comunidades de San Miguelito, en Sonora, y Pancho Villa, en Chihuahua.

Ningún chofer o acompañante masculino, ninguna escolta con hombres que las custodiaran, en una familia con recursos, que suele tener guardias incluso oficiales, que tiene un historial de conflictos, transitando por caminos que son altamente peligrosos. Eso, lo menos que asoma es una enorme negligencia.

¿Algún jefe de familia enviaría a su mujer y a sus hijos menores a transitar siete horas por caminos peligrosos de terracería, plagados de narcos, en Tamaulipas, Nayarit, Jalisco, Michoacán o Veracruz, sin al menos un chofer hombre que le pueda hacer frente a contingencias ya no digan con criminales, sino al menos de una falla mecánica o una llanta dañada?

El propio Adrián LeBarón reconoce en una entrevista, con curiosa sorna para un padre y abuelo compungido, que el camino por el que transitan sus hijas y sus nietos era un camino vigilado, demasiado vigilado… pero por el crimen organizado. Y suelta una sonrisa que casi termina en carcajada.

¿Por qué entonces permitir que sus hijas y sus nietos, solos, sin hombre que los acompañaran, se expusieran de esa manera en una zona que él mismo reconoce dominada por el crimen organizado?

A esta enorme duda se suma una confesión descomunal, que hasta ahora sorprende no tiene consecuencia legal alguna.

A pesar de que el mismo Adrián LeBarón confiesa que ellos mismos alteraron la escena del horrendo crimen, ninguna autoridad ni estatal ni federal invoca el delito que eso significa.

¿Qué dicen de todo esto las fiscalías del gobierno de Sonora y del Gobierno Federal? Y por ser ciudadanos americanos, ¿qué dice el FBI?

¿En nombre del presunto dolor de un padre y abuelo, se va a permitir que se altere la escena de la masacre y se borre cualquier rastro del crimen?

El escenario se complica si se suma el hecho de que en algunos medios norteamericanos se filtró la información de que algunos integrantes del Clan LeBarón podrían estar vinculados a NXIVM.

Se trata de la secta de culto a Keith Raniere, quien espera para enero del 2020 la sentencia definitiva que lo vincula al tráfico y esclavitud sexual. Las evidencias de sus vinculaciones con los LeBarón son contundentes.

Un documental producido y dirigido por Raniere, bajo el título de “Encender el Corazón”, muestra al líder espiritual de NXIVM asesorando a Julián LeBarón, cuyo hermano fue burtalmente secuestrado y asesinado en 2009.

De hecho se presume que algunas de las integrantes de la familia LeBarón eran asiduas alumnas de los cursos de Raniere en Nueva York.

Con tantos y tan cuestionables dudas sobre la mesa, ¿se puede insistir en que la Masacre de los LeBarón fue un acto casual del crimen organizado?

Las fiscalías de Sonora, la General de la República y el FBI tienen la última palabra.

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