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Opinión

#YoQuéVoyASaber | Hasta nunca Diego

Yo qué voy a saber

El funeral de Diego Armando Maradona le hizo honor a su vida. Fue emotivo, mágico, irresponsable, violento, escandaloso y triste. Como el 10.

Por Carolina Hernández

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El funeral de Maradona no podría haber sido más congruente.

Los fieles de la religión de Diego le hicieron honor a su vida y lo despidieron en medio del descontrol. 

Fue un funeral emotivo, mágico, irresponsable, violento, escandaloso y triste. Como el Diez.

En el estricto sentido de la palabra, un ídolo representa a un ser sobrenatural.

Es aquel a quien se adora y se rinde culto como si fuera la divinidad misma.

No hay lógica. No hay cuestionamientos. Es fe pura y ciega, como debe ser la buena fe.

Y para muchos Diego era eso.

Eduardo Galeano decía que Maradona fue adorado de esa manera porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses.

Nadie puede negar eso.

Aunque esa tribu que lo idolatra se niegue tres veces a hablar de los horribles defectos de su dios.

Maradona tenía muchos. Violentos, devastadores, lamentables y dolorosos defectos que fueron potenciados a la luz de la lupa bajo la que vivió debido a ese talento irreal para manejar una pelota con los pies.

Las acusaciones sobre violencia doméstica, pedofilia y abusos están ahí desde siempre. De sobra está hablar de sus adicciones.

Y para agregarle polémica a su muerte -en esa congruencia con su vida- Maradona murió el 25 de noviembre, Día Mundial contra la Violencia de Género, una casualidad que no se dejó pasar.

https://twitter.com/Miguel58890170/status/1331694386229481475
https://twitter.com/_albacb_14/status/1331670296244445186

Pocos podrán negar que en la cancha, Diego cumplió con los requisitos para ser separado de los mortales. Afuera, también, cumplió con lo necesario para ser despreciado.

Pero creo que las personas no somos solo luces y sombras.

El Pelusa también fue generoso, fue solidario, llevó alegría a muchos en medio del desamparo y representó la esperanza de poder salir de la que parece una inquebrantable barrera en una sociedad tan injusta con los pobres.

Al Diez nadie, más que quienes lo sufrieron, tendría que perdonarlo.

Pero está muerto.

Y todos los muertos deberían dolernos un poco.

Porque no tendrán ya la oportunidad de arrepentirse, ni de pedir perdón, ni de llorar por su mala vida.

Diego está muerto y es una tragedia. Para él, para quien lo convirtió en su ídolo, para quien vio magia en sus regates, para quien se le rompió el corazón al saberlo -para su dealer, por supuesto-.

Pero su muerte también es un alivio para muchos.

Para las mujeres que violentó, para quienes lo amaban y lastimó, para quienes recogían los pedazos de su vida cada que la destrozaba…

pero sobre todo, la muerte de Diego es un alivio para él. Para dejar por fin que el hombre deje de mancharle la pelota al ídolo.

Hasta nunca, Diego.

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