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Opinión

#YoQueVoyASaber | Ejemplo de nada

Yo qué voy a saber

Ni la candidata nalgueada ni la maestra Jaqueline están obligadas a ser ejemplo de lucha y emancipación. Exigirles a ellas es injusto. Ellas no nos deben nada. Los agresores y las autoridades, sí

Por Carolina Hernández

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Que denuncien. Que sean valientes. Que tengan dignidad.

Todos sabemos lo que las mujeres violentadas deben hacer y se los dejamos bien claro: ellas deben de ser ejemplo de lucha. De feminismo. De resistencia. De emancipación.

Si no, qué clase de mujeres son ¿no?

Una candidata es nalgueada en público y sale a defender a su agresor. Inmediatamente levantamos el dedo inquisidor y le exigimos que tenga dignidad.

Le recriminamos airadamente su falta de compromiso con el feminismo y que se deje manosear por un hueso.

Una maestra es violentada durante una clase online y de inmediato compartimos el audio que la expone, la lastima y la hace sentir humillada. Pero lo hacemos por su bien, le insistimos que sea valiente, le cargamos a todas las mujeres maltratadas y le exigimos que denuncie. Que sea valiente.

Porque ellas, ambas, tienen que ser un ejemplo.

De los violentadores hablamos después. Ellas, ellas son las que tienen que cumplir nuestras expectativas y se los dejamos muy claro.

Aunque en contextos distintos, el caso de la candidata de Morena que fue nalgueada por David Monreal y el de la maestra de inglés que fue golpeada mientras daba su clase en línea tiene un factor común: en ellas recayó la responsabilidad de sanear la violencia.

A una, se le recriminó que saliera a defender al agresor.

Así, con la superioridad moral que da no estar en su situación. Con la ignorancia de quien no ha vivido en un ciclo de violencia. De acoso o de abuso.

De quienes no tienen idea de lo que es vivir con miedo, con una autoestima en el suelo. No digo que sea el caso de Rocío Moreno. No lo sé, pero por eso no puedo juzgarla ni a ella ni a sus decisiones.

A quien deberíamos tener en la mira es al agresor. A ese que le pareció inocente darle una nalgada en público, exponiéndola a lo que la expuso. A ese que no reparó en quedarse callado hasta después de que ella salió a dar la cara. Con el argumento que fuera. Si tan sororas somos no estaríamos juzgándola ni exigiéndole a ella, y no a él, que se haga responsable del asunto.

El caso de la maestra tiene otro matiz. El de ella nos reflejó a muchas. Por eso nos dolió. Porque nos desgarramos al escuchar su voz llena de vergüenza.

Sus súplicas, que no piden alto a los golpes, piden que le dejen vivir esa violencia en secreto.

Porque dentro de esa violencia, hay una culpa que es nuestra, que nos avergüenza como si fuéramos responsables de ella misma.

Y aun así, le exigimos que fuera fuerte. Que denunciara. Como si ella nunca lo hubiera pensado. Como si, por gusto, estuviera en esa pesadilla.

En México, el 97 por ciento de los delitos de violencia doméstica contra las mujeres no se denuncia.

Y de los que se denuncian, solo se investiga el 7 por ciento… y de esos, solo el 5 por ciento de los acusados fueron llevados ante un juez para comparecer por sus delitos.

De acuerdo a la Organización Rendición de Cuentas, el 19.5 por ciento de las mujeres que son víctimas de violencia doméstica no denuncia por miedo a las represalias; el 14.3 por ciento por vergüenza y el 11.2 por ciento porque pensó que no le iban a creer o la iban a culpar.

Exigirle a una mujer violentada que denuncie sin conocer su entorno, es juzgar desde el privilegio. Desde una imaginaria vara de superioridad moral que en nada ayuda.

Acompañarlas en su proceso, abrazarlas, ofrecerles apoyo, pero sobre todo, presionar a las autoridades para que garanticen la seguridad de quienes finalmente se atreven a denunciar.

Que eficienticen los procesos. Que capaciten al personal que atiende las denuncias. Que endurezcan las penas a los agresores. Que cumplan con la ley.

A ellos es a quienes hay que exigirles. No a las mujeres violentadas.

Ni la candidata ni la maestra Jaqueline están para ser ejemplos de valor, emancipación y feminismo. A ellas no tenemos por qué exigirles nada. Ellas no nos deben nada.

Las autoridades y los violentadores sí.

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