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Trump juega con AMLO

¿A cuántos discursos estaremos para que el presidente Trump tome distancia de su amigo mexicano que se define como un hombre ideas progresistas y sociales?

Por Ramón Alberto Garza

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Es mejor abrir los ojos que jugar el juego de que el presidente Donald Trump quiere a México y a su “amigo”, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Si de verdad existiera ese amor por nuestro país y por el mandatario mexicano, el inquilino de la Casa Blanca ya habría propiciado una cumbre entre ambos. En Washington o en la Ciudad de México.

Pero el presidente Trump no lo ve necesario. Dirige su política exterior hacia México desde la Casa Blanca, a punta de tuitazos.

Exige un muro humano para contener la migración centroamericana, amenaza y premia de acuerdo al humor del día. Y cuando algo se le atora envía a su yerno Jared Kushner o al procurador William Barr.

Pero la semana pasada el asunto traspasó los límites de los simbolismos, para exhibir una política exterior de abierta intromisión hacia latinoamérica.

Y en su discurso del estado que guarda la nación, el presidente Trump lanzó dos señales muy claras de lo que no quiere. Dos señales que debe ser escuchadas con cuidado por el gobierno de la Cuarta Transformación.

El primero de esos mensajes fue el de repetir una y otra vez que su gobierno no va a permitir el avance del socialismo. Ni en Estados Unidos, ni en otro lugar.

El presidente Trump fue muy claro advirtiendo que “el socialismo destruye naciones”. Y empleó ese término para definir las políticas que sobre la seguridad social pretenden imponer los demócratas con su precandidato Bernie Sanders al frente.

Y usó el debate del Medicare, algo que preocupa mucho a los norteamericanos, para rematar: «Para aquellos que miran en casa esta noche, quiero que sepan: nunca dejaremos que el socialismo destruya la atención médica estadounidense”.

Primera conclusión, el presidente Trump hará de su lucha contra el socialismo una de sus principales banderas para ser reelecto en noviembre.

Pero la lumbre se acerca a América Latina y a México, cuando el inquilino de la Casa Blanca asumió abiertamente su política de intervención en Venezuela.

Y con Juan Guaidó como invitado especial al Capitolio, el presidente Trump dijo que Estados Unidos está liderando una coalición de 59 naciones contra la dictadura de Nicolás Maduro.

El mandatario norteamericano dijo ante el Congreso reunido en el Capitolio, que Maduro es un gobernante ilegítimo, un tirano que tortura a su gente. Y advirtió que el control de Maduro sobre la tiranía se romperá y se romperá.

Y para evitar cualquier duda, elogió a su invitado, Juan Guaidó, al que definió como un hombre muy valiente, como el verdadero y legítimo presidente de Venezuela.

El presidente Trump remató advirtiendo que Estados Unidos está apoyando las esperanzas de cubanos, nicaragüenses y venezolanos para restaurar la democracia. Un discurso reelectoral muy ad hoc para los electores latinos de Florida.

Pero al margen de cualquier estrategia para su reelección, está claro que el mensaje de la Casa Blanca es que nada de socialismo, ni en Estados Unidos, ni en América Latina. Y a quienes se salgan del script, pues se les desconoce y se les combate.

De ahí la pregunta. ¿Aplican esas mismas política para el primer gobierno socialista en el México moderno, el de la Cuarta Transformación que encabeza el presidente López Obrador?

¿A cuántos discursos del estado de la nación norteamericana estaremos para que el presidente Trump tome distancia de su amigo mexicano que se define claramente como un hombre idealista, de ideas progresistas y sociales?

El mandatario norteamericano sabe que el juego de la confrontación es de una batalla por turno. Y el de ahora es el de Venezuela, derrocando a Maduro e instalando a Guaidó.

Pero que el presidente López Obrador no se confíe. Y así como una mañana su homólogo norteamericano amanece jurándole amistad y cariño eterno porque le cumple lo que le pide, otro día que no lo haga lo definirá como el nuevo Maduro.

Es entendible que el presidente López Obrador actúe con prudencia y no provoque al iracundo inquilino de la Casa Blanca.

Pero si tiene que saber que su colega, el de cabellos naranja, está muy lejos de ser su amigo. Y que el tiempo para pasar a la lista de enemigos podría no estar muy lejos.

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