26 de abril 2018
Política
Los «escándalos» de AMLO
Los escándalos que le imputan a AMLO rayan en lo ridículo. No porque no deban darse a conocer, sino porque han monopolizado la discusión pública
Por Rodrigo Carbajal
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La guerra sucia es un instrumento legítimo de las campañas electorales. En mayor o menor grado, los actores políticos de todas las democracias del mundo han recurrido a ella.
El problema, sin embargo, emerge cuando la guerra sucia toma un lugar preponderante en la discusión pública, desplazando a un segundo plano el debate de las políticas de Estado que proponen los candidatos. Este fenómeno es particularmente peligroso si las campañas negativas se enfocan en banalidades poco sustentadas o representan un ejercicio fútil de escrutinio público.
Los llamados escándalos que le han imputado a Andrés Manuel López Obrador en la última semana exhiben un patrón de frivolidad. El uso de una avioneta de 1968, un Jetta con multas sin pagar y unos departamentos en deterioro que están bajo juicio testamentario son los elementos con los que, particularmente desde la campaña de José Antonio Meade, se busca desacreditar a quién sigue siendo el candidato puntero en prácticamente todas las encuestas.
El problema de fondo es que el proceso electoral está enfocado en lo coyuntural, en temas del día a día que poco le sirven a un electorado que, para estándares históricos, se muestra muy indeciso. La discusión pública está por los suelos.
La pobreza de las campañas pinta de cuerpo entero nuestra calidad democrática. El escrutinio público de quien tiene altas probabilidades de convertirse en el próximo presidente de México está enfocado en frivolidades. Ese, tal vez, sea el verdadero peligro para México.