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Lo que gritó el Grito

Lejos quedaron aquellos días en los que los presidentes convertían el Palacio Nacional en una sucursal de Versalles. Toda esa parafernalia cortesana, de rancio olor porfirista, fue sepultada la noche del pasado 15 de septiembre con la primera ceremonia del Grito de Independencia en el gobierno de la 4T

Por Ramón Alberto Garza

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Solos en el balcón central del Palacio Nacional. El presidente Andrés Manuel López Obrador y su esposa Beatriz Gutiérrez Müller. Nadie más. Ni entourage, ni uniformados, ni familia, ni comparsa de Morena o de la Oposición.

La imagen era austera, como austeros fueron los actos de la primera celebración de Independencia en el gobierno de la Cuarta Transformación. Adiós a los excesos, adiós a las adulaciones, adiós a los besamanos.

El acto se limitó a lo estrictamente indispensable para recordar la gesta de la Independencia frente a decenas de miles de mexicanos que abarrotaron la explanada del Zócalo de la Ciudad de México.

No fue un asunto casual. Ese es el mensaje que buscaba enviar el inquilino del Palacio Nacional al pueblo de México. Los tiempos de la ceremonia, la pompa y la circunstancia cambiaron. Lo simple, lo sencillo, lo austero es lo de hoy.

Lejos quedaron aquellos días en los que los presidentes hacían de la ceremonia del Grito en la que convertían el Palacio Nacional en una sucursal de Versalles.

El pueblo en la explanada, esperando el pan y el circo. Y la élite política y empresarial que integraban a la realeza en turno, en los balcones, de vestidos largos, vitoreando a los mandatarios transformados en modernos Luis XIV.

Las imágenes obligadas en los medios la mañana del 16 de septiembre era la de un rey y una reina, cruzando los palaciegos salones para regalar sonrisas y saludos a la selecta concurrencia.

No era por supuesto una concurrencia popular, o de mexicanos distinguidos por sus contribuciones a las letras, a las ciencias, al deporte o al desarrollo de nuevas tecnologías.

Los invitados eran 800 elegidos, cuidadosamente seleccionados de la alta burocracia política, del politburó priista o panista en turno, aderezados con algunos uniformes de los altos mandos militares y complementados por los hombres y las mujeres del gran capital.

Para el viejo sistema esa era su República. El conciliábulo de los más distintos intereses que acababan sentados en una sola mesa de festejos: la del reparto de los contratos y de los privilegios que el Estado, a través de su soberano, otorgaban con magnanimidad.

Por eso no importaba que la invitación arruinara las vacaciones del puente del 16. Lo primero era lo primero, y eso era acompañar como súbditos del primer nivel, como cortesanos tocados por el dedo de Dios, al señor Presidente y a la Primera Dama.

Y para que valiera la pena el contemplar desde el balcón del Palacio Nacional a la prole que se deleitaba con un elote, algún algodón de azúcar o una torta hecha en casa, el soberano departía con sus invitados en una cena digna de las que servía el gran Vatel en los palacios de la Francia.

Mención aparte merecía el diseñador de modas a quien le tocaba en suerte complacer la figura de la primera dama. Desde doña Carmen Romano hasta Marta Sahagún o Angélica Rivera, el atuendo obligado era un Azteca Chic, con cargo –por supuesto- a nuestros impuestos.

Pues toda esa parafernalia cortesana, de rancio olor porfirista, fue sepultada la noche del pasado 15 de septiembre con la primera ceremonia del Grito de Independencia en el gobierno de la Cuarta Transformación.

Los pocos gastos de los festejos fueron para quienes desde la explanada del Zócalo vitorearon a los héroes que nos dieron patria. Música y pirotecnia para el pueblo afuera; dentro de Palacio, sin cortesanos, simpleza y austeridad. Apenas bocadillos y aguas frescas.

Y aunque el pueblo no podía ver lo que sucedía dentro de Palacio Nacional, lo intuía. Por eso después del simbólico abrazo presidencial enviado desde el balcón central, los gritos de “¡No estás solo!”, “¡Sí se pudo!” y “¡Presidente!”, no se dejaron de escuchar.

Los cortesanos de otros años estarían esa noche en alguna playa, en algún paraíso vacacional, agradeciéndole a la Cuarta Transformación el que por fin pudieron disfrutar en familia un puente de la Independencia.

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