7 de agosto 2020
Opinión
Lecciones para AMLO
Ojalá que el presidente López Obrador aprenda en el ejemplo de Álvaro Uribe y Alberto Fujimori dos lecciones políticas indispensables.
Por Ramón Alberto Garza
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Una de las mayores tentaciones de los presidentes que entran a gobernar una nación en severa crisis, es la de pasar por encima de todo, buscando devolverle a su pueblo la paz y el bienestar que se merecen.
Sean de derecha o de izquierda, los jefes de Estado justifican el pasar por encima de la leyes, violentando derechos, bajo el argumento de que su popularidad y buena voluntad lo perdona todo. El fin justifica los medios.
El caso más reciente es el del ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, a quien la Suprema Corte de Justicia de su país le acaba de dictar orden de aprehensión por supuesto fraude y soborno de testigos en un proceso en el que es acusado de vínculos con escuadrones paramilitares de ultraderecha.
El caso merece ser analizado porque es la primera vez en la historia de Colombia que un ex presidente es llamado a cuentas por la justicia y porque Uribe es el padrino político del actual presidente, Ivan Duque.
Estamos hablando de un Uribe de derecha, un político muy popular y respetado no solo en su país, sino en el mundo entero, que alcanzó la presidencia con el 54 por ciento de los votos y dejó el poder con una aprobación del 75 por ciento.
Desde su actual posición como Senador y líder del Congreso, Uribe es hoy la mayor influencia política para quien aspire a la presidencia en el 2022.
Su popularidad no es gratuita. Fue entre 2002 y el 2010 el presidente que le declaró la guerra a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC, bajo el lema “mano firme y corazón grande”. Sobrevivió a la muerte de su padre en un intento de secuestro y numerosos atentados de la guerrilla colombiana.
Su programa de Seguridad Democrática dio sorprendentes resultados. De más de dos mil secuestros que se cometían al año, los redujo a 200. Y bajó los homicidios de 29 mil a 16 mil.
En lo económico mantuvo un crecimiento del 4.47 por ciento, aun en la crisis del 2008. La inflación la redujo del 7 al 2 por ciento, el desempleo que recibió en 16 por ciento lo dejó en 11 por ciento y la inversión extranjera la elevó de dos mil millones de dólares anuales a siete mil.
Pero en aras de acabar con las FARC y devolverle a Colombia la estabilidad perdida, durante su gobierno se cometieron presuntas violaciones a los derechos humanos con la promoción de grupos paramilitares que proliferaron en la guerra contra el terrorismo. Hoy, el ex presidente tiene abiertos 28 procesos judiciales.
A Uribe, el caudillo más popular de la derecha latinoamericana, le está sucediendo algo similar a lo que le pasó al ex presidente del Perú, el socialista Alberto Fujimori.
Con un enorme apoyo popular, Fujimori le devolvió al Perú la tranquilidad al aniquilar las fuerzas guerrilleras de Sendero Luminoso, con lo que le devolvió a los peruanos paz y su estabilidad por tantos años perdidas.
Fujimori heredó una plataforma económica que le permitió a la nación inca despuntar hacia un crecimiento del 8 por ciento anual. Pero hoy purga una condena en prisión acusado por la violación a los derechos humanos en la guerra contra el terrorismo.
Lo que intentamos asomar con el caso Uribe y el antecedente de Fujimori, es que la mejor voluntad de un político para devolverle a su país la tranquilidad acaba por toparse al final con la rendición de cuentas y el respeto a las instituciones.
El presidente López Obrador tiene enfrente el reto de los cárteles de la droga, que son sus FARC y su Sendero Luminoso.
Y al igual que sucedió en los últimos 20 años en Colombia y en Perú, los mexicanos demandamos la vuelta a la paz y la recuperación del estado de bienestar perdido en los últimos sexenios corruptos del PRIAN.
Pero lo que en su momento les fue aplaudido como presidentes a Uribe y a Fujimori, acabó por volvérseles en su contra bajo acusaciones de que pasaron por encima de la ley. Uno ya tiene años purgando sentencia en prisión. El otro está a punto de pisarla.
De poco valió la popularidad y el caudillismo. Colombia y Perú, uno desde la derecha y otro desde la izquierda, viven hoy una polarización política que nada bueno les aporta a su futuro.
Ojalá que el presidente López Obrador aprenda en el ejemplo de esos mandatarios dos lecciones políticas indispensables.
Una, que el poder no es eterno y dos, que lo que se construya desde la simple popularidad y la buena voluntad no son suficientes para comparecer–tarde o temprano- ante el juicio de la Historia.