[hurrytimer id="116852"]
21 de noviembre 2024

19 de junio 2023

¡Que alguien me explique!

LEA-Sheinbaum: el verdadero yo

Habrá que observar de cerca, no solo a Claudia Sheinbaum, sino a cada uno de los candidatos, para ver si no les brota por ahí ese rostro autoritario, autosuficiente y soberbio. Es peligroso pasar por alto “el verdadero yo”

Por Ramón Alberto Garza

COMPARTE ESTA HISTORIA

Luis Echeverría Álvarez siempre fue un servidor público rodeado de misterio. De pocas palabras, solía ser un muy eficiente operador político para Gustavo Díaz Ordaz, quien le dio la gran oportunidad que lo colocaría en 1970 como presidente de México.

En 1958, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, Echeverría despachó como subsecretario de Gobernación cuando el secretario era Gustavo Díaz Ordaz.

Echeverría y Fernando Gutiérrez Barrios fueron dos personajes clave para lograr que el secretario Díaz Ordaz se quedara en 1964 con la candidatura presidencial del PRI. Ya presidente, Díaz Ordaz recompensó a Echeverría con la Secretaría de Gobernación.

Parco en su actuar, siempre con su rostro de jugador de póker, sin una sonrisa, Echeverría acabó tragándose todos los sapos y las culebras políticas -incluyendo la trágica Noche de Tlatelolco en 1968- para salvarle cara a su jefe de Palacio Nacional.

Y volvió a ser recompensado por Díaz Ordaz, quien le entregó la candidatura presidencial en una decisión por demás controvertida. Sobraban los que le decían a don Gustavo que, debajo de ese rostro obsequioso de piedra, se escondía un autócrata que en la primera oportunidad lo iba a desconocer como su padre político.

Alfonso Martínez Domínguez, quien era el presidente nacional del PRI cuando se tomó la decisión de que el candidato fuera Echeverría, fue hasta el despacho de Díaz Ordaz para cuestionarle la decisión.

El tiempo le dio la razón a Martínez Domínguez. Apenas cruzó su pecho la banda presidencial y Echeverría comenzó a mostrar su verdadero rostro autoritario, intolerante y su vocación para la traición. Bastaron seis meses para que sacrificara a Alfonso Martínez Domínguez en la regencia de la Ciudad de México, acusándolo de ser el instigador de la represión contra estudiantes universitarios en el llamado Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971.

Más tarde, Echeverría también desconocería a quien lo llevara a la presidencia y acabó endosándole la sangre derramada en el 68. Díaz Ordaz, como se lo había pronosticado Martínez Domínguez, se iría a la tumba en 1979, arrepentido de su decisión presidencial en favor de Echeverría. Y lo declaró públicamente.

El balance final fue que, el llamado Hombre de la Guayabera, hizo pedazos el desarrollo estabilizador que instalaba a México como ejemplo mundial, con crecimientos anuales entre 6 y 8 por ciento del PIB. La herencia de Echeverría fue trágica, con el asesinato de prominentes empresarios, estatizaciones y la final crisis económica que obligó a una devaluación del peso frente al dólar, la primera en 22 años.

Viene todo este recuento porque el incidente que todavía se comenta sobre el enojo de Claudia Sheinbaum en la Convención de Morena y en la que acusó con su dedo inquisidor a Alfonso Durazo de no ser respetada, revivió aquel anecdotario del verdadero rostro de Luis Echeverría.

Sheinbaum siempre ha sido complaciente y condescendiente con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Su urgencia de mantener la estafeta de “corcholata favorita” así la obliga.

Y aunque no es de sonrisa fácil, pocas veces en lo que va del gobierno de la Cuarta Transformación ha perdido los estribos. Y, al igual que en su tiempo sucedió con Echeverría, ha tenido que tragar sapos y culebras que no le pertenecen, como la tragedia de la Línea 12 del Metro o el pésimo mantenimiento de las líneas uno y dos también del Metro. Y acabó por sepultar los peritajes.

Pero lo sucedido en la inscripción de las corcholatas de Morena deja asomar a una Claudia Sheinbaum que, por muy poca cosa, se vuelve irascible, iracunda, violenta y hasta amenazante, dándole trato de subordinado a quien es el árbitro de la contienda, el también gobernador Alfonso Durazo.

Dicen que, a los hombres y mujeres de poder -político y económico-, se les descubre su verdadero rostro en la adversidad. Y Claudia Sheinbaum no soportó la presión del primer minuto de una contienda que todavía tendrá mucho de confrontación.

Los simples gritos de “¡piso parejo!, ¡piso parejo!” de los que se quejaba la ex Jefa de gobierno de la Ciudad de México no son suficientes para justificar su enojo y su agresión al presidente del Consejo Nacional de Morena.

El presidente López Obrador, quien sí conoce de historia debería verse reflejado en aquella decisión de Díaz Ordaz cuando nombró al parco y obsequioso Echeverría, quien ya con la banda presidencial cruzada dejó exhibir su verdadero yo.

Claudia Sheinbaum presume el respaldo de los grandes capitales de la comunidad judía y de personajes a los que les gusta jugar a la política global, como George Soros. La ahora única mujer que disputa su camino a la presidencia por Morena debe sentir todos esos respaldos, más allá de los del inquilino de Palacio Nacional, para que se sienta dueña del proceso y se ponga a las patadas con el árbitro.

Habrá que observar de cerca, no solo a Claudia Sheinbaum, sino a cada uno de los candidatos, para ver si no les brota por ahí ese rostro autoritario, autosuficiente y soberbio. Es peligroso pasar por alto “el verdadero yo”.

Publicidad
Publicidad
Publicidad