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Opinión

Ignorar la felicidad, en nombre de dios

Yo qué voy a saber

En el Congreso de Yucatán, un grupo de señoras rezaron el rosario para pedirle a Dios que las parejas del mismo sexo no puedan contraer matrimonio. Dios y los legisladores de ese estado las escucharon y ellas celebraron jubilosas. Yo no sé, pero no recuerdo en el Catesismo ninguna parte que diga: te alegrarás de la desdicha de otros...

Por Carolina Hernández

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La semana pasada el Congreso de Yucatán votó –en secreto– en contra del matrimonio igualitario.

Para ellos, en Yucatán el derecho humano y universal que tienen las personas del mismo sexo para formalizar una unión legal, no existe.

De acuerdo a los medios locales, durante la sesión, dentro del Congreso, un grupo de personas con playeras que las identificaban como parte de la “Legión de María”, rezaron un rosario para pedirle a Dios que los diputados no aprobaran el dictamen.

Y al parecer su dios los escuchó y eso los llenó de júbilo y regocijo.

Yo no sé, pero lo poco que recuerdo del catecismo en ninguna parte decía: te alegrarás por la desdicha de otros.

Porque eso fue lo que hicieron. Se alegraron de que personas, como ellos, con sentimientos, anhelos, fallas y virtudes, no sean considerados iguales. Que no tuvieran los mismos derechos que todos los demás.

Celebraron, en nombre de dios, la desilusión de otros.

El Frente Nacional por la Familia y la Red Pro Yucatán también festejaron esa decisión que, además, ni siquiera influye en sus vidas.

¿En qué les afecta que dos personas del mismo sexo quieran formalizar legalmente su relación?

Pero peor aún, ¿qué tan triste tiene que ser su vida para que encuentren alegría en el dolor de otros?

Porque nadie está hablando de ese matrimonio en el que ella –costilla de Adán– debe llegar virgen y vestida de blanco y él –imagen y semejanza de su creador– promete amarla y respetarla hasta la eternidad.

No, no estamos hablando de un sacramento religioso. Estamos hablando de una unión legal que les garantice los mismos derechos que el Estado ofrece a otras parejas. Estamos hablando las leyes del hombre y no de las de dios. De un matrimonio civil que es que es amparado y protegido por el Estado Mexicano.

Porque además, las parejas que buscan formalizar legalmente su unión no están pensando solo en una «fiesta de baile y mole», lo que buscan es que se les reconozca como familia, pero sobre todo, poder tomar decisiones médicas –por ejemplo– en caso de un accidente o tener un crédito mancomunado o tener derecho a recibir la pensión de viudez o al seguro social…

Y porque además, la decisión del Congreso de Yucatán no solo es incongruente con la moral de amar al prójimo como a nosotros mismos, es violatoria de los derechos humanos y del Pacto Federal.

Y es que en 2015, la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinó que el matrimonio no puede ser definido solamente como la unión de hombres y mujeres con fines de procreación. Porque no estamos en el 1300 Antes de Cristo.

Es cierto, hay algunos avances. En 2009 la Ciudad de México se convirtió en la primera entidad en declarar constitucional el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero actualmente, solo en 15 estados se permiten los matrimonio igualitarios.

Sí, el Congreso de Yucatán decidió ignorar el marco civil y el marco legal, pero los que celebraron en nombre de dios ignoraron la primera lección: amarse los unos a los otros.

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