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21 de noviembre 2024

29 de agosto 2024

¡Que alguien me explique!

Harfuch y Rocha: sin usar a terceros

Dos reuniones del presidente López Obrador levantaron las cejas en los centros de la inteligencia nacional e internacional: la primera en Palacio Nacional con Omar García Harfuch y la segunda con Rubén Rocha Moya, en Sinaloa

Por Ramón Alberto Garza

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Dos reuniones del presidente Andrés Manuel López Obrador levantaron las cejas en los centros de la inteligencia nacional e internacional. La primera fue el cónclave que en Palacio Nacional sostuvieron el mandatario y Omar García Harfuch, el futuro Secretario de Seguridad en el gobierno de Claudia Sheinbaum.

La otra, el segundo encuentro del inquilino de Palacio Nacional con Rubén Rocha, el polémico gobernador de Sinaloa, a quien apenas unos días antes, el propio presidente López Obrador ya le había dado -junto con Claudia Sheinbaum- un espaldarazo en su tierra, donde enfrenta los cuestionamientos sobre su participación en la traición a Ismael “El Mayo” Zambada y el asesinato del diputado Héctor Melesio Cuén, su adversario político.

¿Por qué estas dos reuniones levantaron las cejas de los analistas en seguridad? Analicemos.

Para nadie es un secreto que García Harfuch no es santo de la devoción del presidente López Obrador. Le impidió que se quedara como Jefe de Gobierno sustituto cuando Claudia Sheinbaum se fue a buscar la candidatura presidencial. Lo volvió a bloquear cuando la “corcholata” lo promovía para ser candidato morenista a Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Y no fue sino hasta que Claudia Sheinbaum se le plantó, molesta, al inquilino de Palacio Nacional que logró colocar a García Harfuch como candidato morenista al Senado. Y ya electa, designado su futuro Secretario de Seguridad.

Si tanta renuencia y tanto desprecio existe entre el mandatario y el hijo del ex presidente nacional del PRI, Javier García Paniagua, ¿cuál fue el motivo de citarlo en Palacio Nacional para un encuentro que el mismo López Obrador publicitó ampliamente en sus redes y que un día después incluso presumió en su Mañanera?

Porque hasta ahora, en el proceso de transición, el presidente sólo se venía reuniendo con su sucesora. Ningún designado para el próximo Gabinete ha sostenido encuentro alguno con el mandatario. Sería inapropiado, injerencista. Entonces, ¿por qué la urgencia de citar en Palacio Nacional a un García Harfuch a quien tanto despreció?

Dicen los que saben que ese encuentro era obligado, porque el presidente López Obrador quería transmitirle a García Harfuch un mensaje sobre el juego que en este sexenio se dio con los cárteles. Y, de paso, advertirle de las consecuencias de romper los pactos existentes y que le instalaron al mandatario el lapidario hashtag de #NarcoPresidente.

Y esa información no se la podía transmitir a García Harfuch a través de terceros. Eso era muy riesgoso. Tenía que mantenerse en un diálogo secreto entre dos. Lo que ese 7 de agosto conversaron el presidente y el futuro Secretario de Seguridad -quien ya trabaja codo a codo con las agencias norteamericanas- sólo lo saben ellos… y si acaso la presidenta electa.

El otro encuentro que levantó muchas cejas fue el que tuvo lugar en Culiacán, el pasado 25 de agosto, en el que tanto el presidente como su sucesora acudieron a Sinaloa a respaldar al gobernador Rubén Rocha, puesto contra la pared por la carta distribuida por “El Mayo” Zambada, quien acusaba al mandatario sinaloense de traición y sembraba la duda de que fuera el gobernador el autor intelectual del asesinato del diputado Héctor Melesio Cuén.

La extrañeza de esta reunión se dio, primero, porque esta fue la segunda visita -con diferencia de unos cuantos días- en que el inquilino de Palacio Nacional y  Claudia Sheinbaum acudían a Culiacán para arropar al cuestionado gobernador de Sinaloa. Y también, porque el mandatario y su sucesora ya habían dado por concluidas sus giras. ¿Cuál era la urgencia de sacarse de la manga una gira más para regresar a Sinaloa por segunda ocasión en dos semanas?

La única respuesta posible es que el presidente López Obrador tenía que hablar personalmente -no a través de terceros-  con el gobernador Rubén Rocha, después de que se dio a conocer la inculpadora carta de “El Mayo” Zambada. Era un tema que no podía ser tratado a nivel de terceros, como lo fue también el caso de García Harfuch. Y citar al mandatario sinaloense, en Palacio Nacional, habría sido políticamente incorrecto.

Lo mejor fue inventar una nueva gira, sin importar que ambos -López Obrador y Sheinbaum- acababan de estar ahí. Dos espaldarazos en dos semanas. ¿De qué tamaño es el temor o de qué dimensión lo que se tenía que hablar personalmente, tras las revelaciones de la comprometedora carta de “El Mayo”?

Lo que se asoma en ambos casos -García Harfuch-Rubén Rocha- es que el presidente López Obrador tenía que operar un potencial control de daños.

Quizás, en el caso del futuro Secretario de Seguridad, tragarse el sapo de su animadversión, para pedirle que les llevara algún mensaje a los norteamericanos con los que el futuro Secretario presume hoy una excelente relación.

Y en el caso del gobernador Rubén Rocha, conocer de cierto, cuánto de lo que dice “El Mayo” en su carta es cierto. Pero, sobre todo, darle al mandatario sinaloense la certeza de que no lo van a abandonar. Ni él, ni su sucesora. Que deje a un lado las tentaciones de canjear protección por información. De esos tamaños son los miedos.

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