19 de septiembre 2018
Política
¿Qué está viendo AMLO?
Es altamente probable que el sexenio del Presidente Electo enfrente la primera recesión económica desde la crisis de 2008
Por Rodrigo Carbajal
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Andrés Manuel López Obrador enfrentará una recesión en su sexenio. Esta aseveración no es una certeza total, pero sí es un evento de muy alta probabilidad. La última vez que la economía mexicana incurrió en una recesión fue en el 2009, en medio de la crisis financiera global. Han pasado casi diez años y, considerando la tendencia histórica de los ciclos económicos en México, eso significa que la expansión está por llegar a su fin.
El Presidente Electo sabe que asumirá el poder en medio de una tormenta perfecta en potencia, que la duración de una periodo de recuperación económica rara vez se extiende más allá de una década, que la política monetaria de Estados Unidos está intensificando su sesgo restrictivo, que la liquidez del peso y la laxitud de los controles de capital vuelven a México susceptible a una crisis de mercados emergentes y que las finanzas públicas le han cerrado la puerta a cualquier maniobra de la política fiscal.
En términos coloquiales, podría decirse que la estabilidad macroeconómica está de “mírame y no me toques”. Es en este contexto en el que López Obrador habla de una bancarrota.
Estrictamente hablando, es obvio que México no está en bancarrota. El país no ha declarado la suspensión de pagos de su deuda soberana ni ha tenido que recurrir a la línea de crédito flexible de 88 mil millones de dólares que ha puesto a nuestra disposición el Fondo Monetario Internacional.
También es cierto lo que ha dicho el Secretario de Hacienda, José Antonio González Anaya: que nuestra deuda pública cuenta con grado de inversión, que el gobierno federal opera con un superávit fiscal primario (excluyendo a Pemex y CFE) y que la relación deuda pública-PIB es de las más bajas de los países de la OCDE.
Sin embargo, hay riesgos latentes para la economía mexicana. El más obvio es el de la maduración del ciclo económico en México y Estados Unidos. El 27 de agosto, la Reserva Federal de San Francisco publicó un documento de investigación en el que sugiere que el mercado de bonos del Tesoro indica un creciente riesgo de recesión. Huelga decir que si la economía estadounidense incurre en una caída sostenida del PIB, la economía mexicana replicará ese efecto de manera casi inmediata.
El segundo riesgo latente está en la fragilidad de las economías emergentes en su conjunto. Argentina y Turquía, los focos rojos, están siguiendo a cabalidad las etapas de una crisis cambiaria de mercados emergentes. Eso se ha traducido en un leve contagio. El índice de mercado emergentes de MSCI ha perdido el 6.93 por ciento de su valor en lo que va del año. Una cifra crítica si se compara con el avance de 5.26 por ciento del índice global de MSCI en el mismo periodo.
México es particularmente susceptible a este tipo de eventos en los mercados financieros porque el peso es utilizado como un instrumento de cobertura para otros activos de economías en desarrollo. La liquidez de la moneda mexicana y el estilo de alta predictibilidad de Banco de México han sentado las bases de este fenómeno.
El tercer riesgo latente está en el argumento de que las finanzas públicas no son tan sólidas como se presume. Desde el 2009 hasta el 2016, el gobierno federal incurrió en un déficit fiscal primario (no contempla intereses). La tendencia se rompió en 2017 y en 2018 en gran medida porque la Secretaría de Hacienda recibió una transferencia atípica de 321 mil millones de dólares por el remanente de operación de Banco de México.
Además, en este sexenio, el saldo histórico de los requerimientos financieros del sector público, que es la medida más amplia de deuda pública, pasó de 37.2 por ciento del PIB en 2012 a 45.5 por ciento del PIB en 2018. Esto implica un aumento significativo del costo del servicio de la deuda. Este año, se destinará el 7.5 por ciento del presupuesto federal al pago de capital e intereses de los pasivos del gobierno.
En suma, estos tres riesgos presentan un reto a la narrativa de estabilidad esbozada por el gobierno actual y por una parte relevante de la iniciativa privada. Hablar de bancarrota podría no ser lo más preciso, pero tampoco es descabellado pensarlo.
¿Bancarrota? No. ¿Recesión? Muy probablemente; en un futuro cercano.