9 de enero 2019
Expedientes
El quiebre 2018
El sexto divorcio
Después de tres décadas de gobiernos de derecha, el péndulo político favoreció a un candidato que prometió la separación del poder económico y el poder político
Por Ramón Alberto Garza
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El matrimonio entre el Estado mexicano y el establishment político y económico buscó renovar sus votos con el regreso del PRI a Los Pinos.
El cumplimiento del Pacto 2006 entre el PAN y el PRI abrió la puerta para que el mexiquense Enrique Peña Nieto ganara la elección presidencial 2012. No existía espacio para que el tricolor volviera a fallar.
Pero desde el arranque del actual gobierno la disputa interna en el Gabinete impidió la consolidación de un nuevo proyecto que le devolviera su brillo histórico al PRI-Gobierno.
Y si bien los primeros dos años de Peña Nieto elevaron el vuelo bajo las alas de papel del “Saving México”, publicado en 2014 por la revista Time tras los acuerdos para las Reformas Estructurales, pronto el viento dejó de soplar a favor.
Las disputas por la paternidad de esas reformas dividieron al Gabinete peñista. En una esquina, el entonces Secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Y en la otra, el Secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong.
Uno, Videgaray, con el poder de la chequera nacional y su cercanía histórica indiscutible a su jefe, el inquilino de Los Pinos. Omnipresente y todopoderoso en todos los niveles del gobierno.
Otro, Osorio Chong, con el poder conferido por la seguridad nacional, la inteligencia y la operación política con Cámaras, partidos, gobernadores e Iglesia.
Pero fue el Secretario de Hacienda, quien sintiéndose con vida propia, cortó el cordón umblical de su mentor Pedro Aspe y de todo nexo con el salinismo que lo vio nacer. Y decidió emprender la aventura con su propia camarilla.
Videgaray fichó para su causa a Aurelio Nuño y a Erwin Lino, con quienes fraguó el cerco sobre la oficina presidencial. El picaporte les pertenecía.
Mientras que Osorio, sabiéndose no tan cercano a su jefe el presidente, comenzó a trazar desde Bucareli un proyecto propio, aún por encima de los intereses y los acuerdos que tenían lugar en Los Pinos.
El resultado fue un gobierno dividido, aislado y hasta confrontado con sus crecientes críticos, asfixiado por filtraciones informativas de “fuego amigo” y operando con pactos mediáticos extra-presupuestales.
Al final del sexenio, Videgaray no pudo entregar cuentas sanas en las finanzas nacionales, deterioradas por la caída en los precios y en la producción de petróleo, el creciente endeudamiento público, el repunte de la inflación y el inevitable deslizamiento del Peso frente al Dólar.
Pero tampoco Osorio Chong fue capaz de sofocar -como lo prometió una y otra vez- la inseguridad del crimen organizado -huachicoleo incluido- heredando hoy cifras récord en homicidios y secuestros. Por encima de las del sangriento sexenio del panista Felipe Calderón.
Y su operación política se exhibió en las elecciones del 2015 y 2016, en las que el PRI perdió estados tan cruciales como Quintana Roo, Veracruz, Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua y Durango.
Y a falta de resultados mas contundentes y concretos, pero sobre todo agobiados por la corrupción que los marginaba de las grandes obras entregadas a consignación a constructoras extranjeras, el empresariado nacional comenzó a renegar del gobierno de Peña Nieto.
Pocos se sintieron incluidos, y sí en cambio muchos se vieron marginados, atrapados sin salida entre la soberbia de Videgaray y la mano dura de Osorio Chong.
Y eso acabó por reflejarse en una sucesión presidencial priista que terminó dividida entre una mitad del gabinete apoyando a Osorio Chong y la otra mitad que sabían que, por su cercanía al oído presidencial, el clan Videgaray tendría mano.
Con la decisión final de José Antonio Meade como el candidato priista no-priista se impuso el clan Videgaray. Pero las exigencias de “hacerlo suyo” entre los priistas tradicionales, desdibujó y contaminó lo que era una alternativa joven y fresca, mas ciudadana.
En contraparte, el proyecto de Ricardo Anaya, quien tras las Reformas Estructrurales fue alentado desde Los Pinos para consolidar el matrimonio del PRIAN, acabó no solo rebelándose, sino confrontándose con el gobierno en turno.
La juventud e inexperiencia del Joven Maravilla acabó por dispersar la manada azul. Desde Gustavo Madero, pasando por Vicente Fox, Felipe Calderón y Margarita Zavala. Todos renegaron de su despotismo y de su traición.
Piezas claves del historial panista, como Ernesto Cordero, Germán Martínez, Javier Lozano o Gabriela Cuevas, por citar algunos, acabaron entregando sus servicio a los rivales políticos del PAN.
Anaya terminó alejado de Los Pinos y sobreviviendo en su alianza postelectoral del Estado de México, con el PRD de Alejandra Barrales y el Movimiento Ciudadano de Dante Delgado.
Y mientras las disputas palaciegas distanciaban el emproblemado matrimonio del PRIAN y alejaban del proyecto político a la clase empresarial, la amenaza para ese establishment adormecido y confrontado propició el parto de Morena.
Y aunque fue creada como asociación civil en el 2011, el registro de Morena como partido se consumó en julio del 2014, menos de dos años después de que arrancara el gobierno de Peña Nieto.
En solo cuatro años, la nueva opción abanderada por Andrés Manuel López Obrador creció para imponerse como la fuerza política a desafiar en la elección presidencial 2018.
Su discurso antigobierno, antisistema, contra la partidocracia y el establishment, bautizado por López Obrador como “La Mafia del Poder”, fue ganando adeptos aceleradamente.
La propuesta de López Obrador viene en la ruta de divorciar al Estado mexicano del establishment, de la separación de la política del capital. Como en su tiempo lo hizo Juárez con el clero, Madero con los militares, Echeverría con el capital, o Salinas con el sindicalismo social.
Las propuestas de Meade y de Anaya abonan a la causa de mantener el status quo, con sus matices, pero al final por construir o reconstruir sobre lo que ya está en marcha.
El domingo primero de julio los mexicanos decidieron el sexto divorcio.