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18 de octubre 2024

30 de septiembre 2024

¡Que alguien me explique!

El presidente que no se irá

Andrés Manuel… es triste, es dramático, acabar por confirmar, después de estos seis años de tu gobierno, que sí fuiste lo que tus detractores siempre temieron: un peligro para a México

Por Ramón Alberto Garza

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Andrés Manuel… es triste, es dramático, acabar por confirmar, después de estos seis años de tu gobierno, que sí fuiste lo que tus detractores siempre temieron: un peligro para a México.

Sí, confieso que yo fui de los ingenuos que tenía la esperanza que con tu visión política podrías cerrar en algo la brecha entre los muy pocos que tienen demasiado y los demasiados que tienen muy poco. Y apoyé abriendo puertas, sentándote en la mesa de algunos de los que te cuestionaban y promoviendo el diálogo con quienes, seis años antes de tu elección del 2018, no confiaban en tu visión. Conforme avanzó tu sexenio, avanzó igual mi desilusión. Me equivoqué, como millones. 

Te empeñaste día con día, usando la mentira, exhibiendo tus “otros datos”, en fabricar un país de fábula que sólo existió en tu mente primitiva, dominada por tus complejos, inundada por tus miedos y por tus torcidos odios y rencores clasistas.

Y lograste la infeliz hazaña de radicalizar a un México al que en tu toma de posesión le prometías unidad, seguridad, progreso, transparencia, bienestar y democracia.

Después de seis años, esa unidad la canjeaste por encono social, repitiendo una y otra vez en tu propagandística mañanera que los buenos eran los que estaban contigo y que los adversarios eran los que no opinaban como tú, los que te cuestionaban. Desde esa escenografía que te diseñaron tus “Goebbels” de clóset -Ramírez y Epigmenio- te dedicaste a coleccionar enemigos, a crucificarlos en el paredón de tu púlpito de odios. A Krauze, Aguilar Camín, Loret, Ciro, Anabel, Riva Palacio, Denise, Reforma, El Universal, Televisa y TV Azteca. Y en la extrema ingratitud defenestraste a Aristegui y a Proceso, quienes por años defendieron a contracorriente en sus espacios aquella libertad política que por décadas el sistema prianista te regateó.

La seguridad la hipotecaste con tus “Abrazos, no Balazos” y le facturaste el territorio nacional al crimen organizado, que te pagó con apoyos incondicionales para sostener y ampliar el poder de tu partido, Morena. Badiraguato se enraizó en tu corazón para regalarte el merecido hashtag de #NarcoPresidente. Y tu respeto para “el señor Guzmán Loera”, tu genuflexión ante la madre de “El Chapo”, tu complicidad frente a la liberación de Ovidio y tu pánico ante lo que pueda revelar  “el señor Zambada” evidenciaron tus complicidades. Pero no tienes de qué preocuparte, tus publicistas ya estamparon en una camiseta que “Los verdaderos hombres no hablan mal de López Obrador”.

Desmantelaste los sistemas de salud y de educación, pilares de cualquier sociedad que aspire al progreso. Sólo tú crees la patraña de que el sistema nacional de deficiente atención médica, con escasos medicamentos, es mejor que el de Dinamarca. Fracasaste con la creación del INSABI. Criminal, por decir lo menos, fue tu mortal gestión en la pandemia “Gatelliana”. Y de la educación, ni hablar. Con dos secretarias ideologizadas y un aparato de propaganda, modificaste los libros de texto para sembrar en el inconsciente colectivo infantil, la semilla del clasismo y de la confrontación. El “evangelio comunista” de los Concheiro desplazó el espíritu “de la raza” de Vasconcelos.

El progreso privilegió a tu mafia del poder, la que tú creaste: a tus empresarios favoritos a los que ahogaste en contratos multimillonarios; a los altos mandos militares a los que les compraste su lealtad, los corrompiste; a tu secta de incondicionales morenistas a los que dejaste “huachicolear” a manos llenas y a tu muy cuestionado clan familiar también. Slim, Miguel Bejos, Bartlett, Nahle, Ovalle, Sandoval, Peralta, Delgado, Audomaro, Andy, José Ramón, Gonzalo y sus ambiciosos amigos sin escrúpulos.

Despreciaste la transparencia con obras caprichosas como el Tren Maya, Dos Bocas y el Aeropuerto Felipe Ángeles, cuyos presupuestos fueron escondidos como asuntos “de seguridad nacional” para ocultar la descarada corrupción. Todos fueron construidos en la opacidad, superando en más del 100 por ciento sus presupuestos autorizados.

Y el bienestar prometido en tu toma de posesión descansa hoy en las 36 millones de Tarjetas del Bienestar, que -esas sí- cumplen con su destino de apoyar a quienes durante cinco décadas de prianismo no recibieron las prestaciones de Ley que les permitieran alcanzar un retiro digno. Esas tarjetas, sumadas al aumento de los salarios mínimos, son dos de las pocas herencias sociales que se te pueden reconocer.

Tu mayor mentira fue la de presumir el combate a una corrupción, que lejos de desterrarse creció al amparo de las asignaciones directas, sin licitaciones, favoreciendo a los que hacían su gran negocio con el cabildeo de los pagos a proveedores y el facturerismo. Algunos de tus hijos y sus clanes de amigos son el mejor ejemplo de esa floreciente corrupción que encontró, en la Cuarta Transformación, el suelo fértil para crecer muy por encima de aquella corrupción del PRI y del PAN que tanto criticabas y que prometiste desterrar.

Engañaste con falsas promesas a millones, y como ejemplo emblemático, ahí están los 43 de Ayotzinapa. En tu toma de posesión jurabas que en unos meses se resolvería. Seis años y la “verdad histórica” es la única que vale. Los uniformes militares pesaron más que la otra verdad, la todavía oculta. Acabaste por cerrarles las puertas de Palacio Nacional a los 43 angustiados padres, como lo hiciste también con las madres de los desaparecidos, las feministas y los niños con cáncer.

Te cerraste al mundo y tu diplomacia callejera peleó a puño abierto lo mismo con Estados Unidos y España, que con Perú, Argentina y Ecuador. En tu aspiración mesiánica de transformarte en el líder del Foro de Sao Paulo pisoteaste la mexicanísima Doctrina Estrada e hiciste de la intervención en el quehacer de otras naciones uno de tus deportes favoritos.  Te acercaste a China, a Rusia, a Cuba, a Nicaragua y a Bolivia, y te alejaste de los socios y vecinos del T-MEC.

Sin embargo, tu peor herencia, tu legado maldito, fue el de ir construyendo desde tu falso halo de demócrata el nuevo régimen autoritario que te garantizaría -a ti y a los tuyos- el control absoluto, despótico y tiránico  de nuestra patria. Amparado en tu máxima de “No me salgan con que la Ley es la Ley”, lo destruiste casi todo.

Pasmados frente a lo que jamás imaginamos posible y ante una Oposición silenciosa, desmantelada, los mexicanos no dimensionamos aún -o no lo queremos ver- el enorme daño que le infringiste a las instituciones creadas durante décadas para guardar los equilibrios  y alejarnos de la tentación autoritaria.

Desapareciste los organismos regulatorios de la economía y manipulaste los organismos electorales que acabaron por regalarte, en las Cámaras, una Mayoría Calificada con la que te adueñaste del Poder Legislativo. Y desde esa trinchera emprendiste en tus últimos días, cual bandolero en retiro, tu asalto final: el de escriturarte el Poder Judicial.

En 2018 -y con todos sus defectos- recibiste una nación cuya estabilidad descansaba en los tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Hoy, seis años después, transfieres la banda presidencial a la primera mujer presidenta de México que no tendrá el poder para gobernar. No, mientras tú y los tuyos vivan.

Y Claudia Sheinbaum no lo podrá hacer, porque con tu hijo Andrés y su amiga Luisa María, te adueñaste de Morena. Con líderes legislativos incondicionales -como Adán Augusto López y Ricardo Monreal- garantizarás tu control de las Cámaras. Y una vez consumada la mutación populista de un Poder Judicial que tendrá jueces y magistrados electos e insaculados por el morenismo y el narcotráfico, la última frontera del equilibrio te pertenecerá por completo.  Tú tendrás, desde donde quiera que estés -Palenque, Venezuela o Cuba- el poder más absoluto que ningún mexicano haya detentado. Claudia Sheinbaum, aún en su mejor versión, será incapaz de promover o detener cualquier iniciativa, porque con el sistema que diseñaste la última palabra será la tuya, de los tuyos, de tu secta autoritaria.

Y si algo se escapa, tienes más de la mitad del nuevo gabinete escriturado a tu nombre, al de tus incondicionales que repiten, a los que “recomendaste” y que te garantizarán -como infiltrados- que se cumpla lo que en su iluminismo despótico y tu ambición autoritaria dispongan los apellidos López Obrador y López Beltrán.

Es una tragedia, Andrés Manuel, lo que hiciste con el México que se te entregó hace seis años. Es un drama el México que heredas, en medio de una popularidad comprada a punta de beneficios económicos que silencia la disidencia. En los de abajo, en su comprensible pobreza y en los de arriba, en su incomprensible ambición. Todos somos cómplices de este asalto al poder. Porque en este gobierno de la Cuarta Transformación primero fuiste tú, después fuiste tú y como dice la canción, para serte franco, al último, tú.

Pero el karma es inexorable. Nadie puede esconderse o evadir la consecuencia de sus actos. El tiempo inmediato se encargará de confirmar si fuiste el cuarto prócer de lo que en tu mente piensas que fue la gran transformación de México o si como lo estamos padeciendo ya, fuiste el constructor del México confrontado, autoritario, dictatorial, que hoy entregas.

No te engañes, Andrés Manuel, no te irás a refugiar a “La Chingada”, en Palenque… el sistema político que gestaste te convierte de facto en el presidente que jamás se irá.

Al menos en el papel, hoy se va “el peligro para México”… Pero hoy nace también “El peligro para Claudia”.

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