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21 de noviembre 2024

12 de abril 2018

¡Que alguien me explique!

El ejemplo de Lula

Lula Da Silva, uno de los fenómenos políticos más emblemáticos, le cambió la cara a Brasil con una presidencia en la que convivieron el socialismo conservador y el capitalismo social

Por Ramón Alberto Garza

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Luis Inacio “Lula” Da Silva es uno de los íconos políticos globales en los albores de este siglo XXI.

De familia minera en extremo pobre, se fue alzando en los laberintos sindicales del Brasil de los 70, cuando la gran nación sudamericana se debatía en regímenes militares, golpistas y opresores.

En tres ocasiones se postuló para la presidencia, pero la virulencia de su discurso ponía nerviosos no solo a los hombres de la política y del capital, sino a muchos clasemedieros, que lo veían como “un peligro para Brasil”.

Y no fue sino hasta el cuarto intento, gracias a la ponderación que el empresario José Alencar le inyectó a su campaña, que Lula ganó aplastantemente la elecciones en 2003.

Socialista de corazón, el líder minero entró en razón y aprendió la lección que le dio David Konzevik, un sabio argentino avecinando en México: “La política es como tocar el violín. Se pulsa con la izquierda, pero se toca con la derecha”.

Y así Lula se dedicó a transformar a Brasil, respetando el legado de su antecesor Fernando Enrique Cardoso, para instalarlo a su país como puntero del bloque del futuro bautizado como los Brics. Los cinco países –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- que tenían el más prometedor futuro global.

El mandatario socialista sorprendió al mundo con una revolución del capital, que incluyó profundas reformas, una descomunal promoción de la inversión extranjera, mejoras sustantivas a las condiciones de vida de la clase trabajadora y sobre todo la realidad de un futuro esperanzador.

Lula fue el ejemplo mundial de cómo un socialismo conservador podía coexistir con un capitalismo social. Y el PIB de Brasil se triplicó en sus dos gestiones “de izquierda”.

Pero el líder adorado por las masas falló al promover a Dilma Rousseff como su sucesora. La ex guerrillera no estaba a la altura de los tiempos. Y acabó atrapada en escándalos de corrupción, sobre todo en el financiamiento de las campañas de su partido por corporaciones como Odebrecht. Su único camino para salvarse de la cárcel fue su dimisión.

Hoy el escándalo Odebrecht es emblemático en un  mundo que testificó cómo se fabricó un emporio global de la construcción, fincado en dádivas y corruptelas en al menos 12 países, incluyendo México.

El escándalo alcanzó a Lula, a quien se le reclama el comprar un departamento de playa, con fondos presumiblemente ligados esas y otras dádivas.

El ex presidente brasileño niega la propiedad del inmueble y dice que es una trampa de sus opositores para aniquilarlo a él y a su partido, que puntean como favoritos en las encuestas para la elección presidencial del próximo octubre.

Y en medio de la crisis, Lula se entregó el pasado fin de semana al poder judicial que lo enjuicia,prometiendo que saldrá limpio y fortalecido para aparecer en la boleta electoral que jura que lo instalará de nuevo en la presidencia.

No sabemos si el tiempo y su defensa le alcanzarán, pero está claro que Lula está dando una gran lección: El que nada debe, nada teme. Pudo huir, esconderse, pero él mismo decidió enfrentar a la justicia, porque se reconoce inocente.

En los tiempos en los abundan los presidentes investigados, sentenciados y ya tras las rejas, desde Corea del Sur, Perú, Panamá o Guatemala, el caso brasileño promete ser un parteaguas.

Habrá que observar con lupa el juicio a Lula, porque quizás estaremos ante el despertar de un ejemplo que podría ser viral, no solo en el continente americano, sino en el mundo entero.

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