12 de noviembre 2020
¡Que alguien me explique!
Donald Nixon
El todavía presidente Trump sabe que podría convertirse en el primer ex mandatario de EU que termine enfrentando a un jurado
Por Ramón Alberto Garza
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Cuando en 1974 el presidente Richard Nixon se vio sin una salida airosa en el Caso Watergate, al borde del impeachment, dos personajes Republicanos le recomendaron que el mejor camino era su renuncia.
El senador Barry Goldwater y el congresista John Rhodes le revelaron al acorralado mandatario que su partido ya no lo podía sostener. Que su mejor salida era la dimisión.
No se trataba de una simple renuncia frente al escándalo probado de que desde la Casa Blanca se ordenó el espionaje a sus rivales demócratas cuando Nixon buscaba su reelección.
La negociada renuncia fue para salvarlo de la destitución y de la cárcel. Por eso se designó como sucesor al vicepresidente Gerald Ford, quien gracias a los poderes presidenciales, le concedió el perdón a Nixon.
El político californiano nunca pisó la cárcel. Se fue a vivir sus últimos días en el ostracismo de un agrio retiro en donde lo único que no podía ejercer era su mayor pasión: la política.
No intentamos comparar a Richard Nixon con Donald Trump. Hay un mundo de distancia entre los dos políticos republicanos.
Nixon era astuto, inteligente y truculento. No el balde le apodaban Tricky Dicky o Dicky El Truculento
Trump es terco, obcecado y estafador. No en balde le apodan Don The Con o Don El Estafador.
A Nixon lo agobiaban sus complejos de inferioridad, siempre envidiando a John Kennedy, mientras que Trump se asfixia solo en su enorme ego que no admite ni equivocación ni derrota.
Y ese enorme ego está hoy acorralado, contra la pared. Su negativa de aceptar que no fue reelecto tiene que ver –entre muchas cosas- con lo oscuro que sabe que es su futuro inmediato.
El todavía presidente de los Estados Unidos sabe que en el momento en que el demócrata Joe Biden tome juramento como presidente el 20 de enero, el manto de poder que lo protege alcanza su fecha de caducidad.
Por eso el rostro intranquilo, nervioso, de Trump. Porque sabe que tan pronto se mude de la Casa Blanca tendría que hacerle frente a un alud de demandas.
El todavía presidente sabe que podría convertirse en el primer ex mandatario norteamericano que termine enfrentando a un jurado, con el riesgo de recibir una sentencia por litigios personales, políticos o fiscales.
Al inquilino de la Casa Blanca, quien no se resigna frente a la derrota, le debe estar buscando una salida negociada, pactada. ¿Quiénes serán los Goldwater y Rhodes de Trump?.
Y esa salida podría ser una renuncia anticipada, acusando fraude electoral, dejando en su lugar al vicepresidente Mike Pence.
Y al igual que Ford le firmó el controvertido perdón a Nixon, Pence hace lo propio en los días que faltan para entregarle a Biden las llaves de la Casa Blanca.
¿Descabellada la idea? Quizás. Pero preferible a explorar otras alternativas. Una, la del Trump colérico, violento, que al resistirse a reconocer su derrota comete actos que ponen en riesgo la estabilidad política y económica de los Estados Unidos y del mundo entero.
Quien lo dude que se asome a la despedida abrupta al Secretario de la Defensa, Mark Esper, quien fue lanzado por Trump por contradecirlo en el envío de la Guardia Nacional a someter protestas de civiles, sobre todo las de Black Lives Matter.
¿Qué presidente saliente -si tiene un sano juicio- hace renunciar a su Secretario de la Defensa a dos meses de dejar la Casa Blanca?
¿Para qué necesitaría Trump un nuevo jefe en el Pentágono, como Christopher Miller, si ya se va?
¿Estamos frente a un poderoso jefe de las fuerzas armadas que será un “yes man” del desesperado y acorralado Trump?
Las opciones del todavía presidente están entre la negociación y la confrontación. Entre judicializar la elección o incluso operar para que los Estados republicanos redefinan sus votos electorales y lo sostengan en la presidencia.
Cualquier camino es posible con un hombre del temperamento irascible y desbordado como el del Megalómano en Jefe.
Ese es el precio que se debe pagar cuando irreflexivamente una ciudadanía indignada desborda su apoyo por quien les vende esperanzas y acaba por entregarles tempestades.
Por el bien de los Estados Unidos y por el bien del planeta, hay que confiar en que Trump decida por una salida más negociada, menos confrontada.
Los daños de una equivocación serían incalculables. Vivimos en Alerta Roja… y no es solo por la pandemia.
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