17 de mayo 2017
Entretenimiento
Cuando supe que mataron a Javier…
Quise llamarle y decirle: NO VALE MADRE y después hacerle la broma de que cada vez se parece más a Javier Sicilia
Por Carolina Hernández
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Cuando me enteré que habían matado a Javier, quise llamarle a Javier para indignarnos juntos.
Porque era él a quien buscaba cuando quería hablar de justicia, cuando quería hacer un desmadre en aras de la paz, cuando quería mentarle la madre al gobierno por su incompetencia.
Quise llamarle y decirle: NO VALE MADRE y después hacerle la broma de que cada vez se parece más a Javier Sicilia. Pedirle mi poema y exigirle mi caravana por la paz.
Pero era Javier el tipo tirado a media calle. Con su sombrero de paja por encima de la sábana blanca. Era Javier. Ese cabrón con el que patrullé Culiacán buscando gatos pardos. Escuchando a Sabina y ajustando las letras de las canciones para hacerlas lo más soeces posible. Siempre lo logramos.
Lo conocí hace más de 15 años en la redacción de Noroeste, en Culiacán. Mi primer día en la oficina, sonó el teléfono justo cuando él venía entrando. Yo me quedé sentada sin saber si contestaba o no.
Desde la puerta me gritó con esa voz ronca y sin censura: ¡CONTESTA CABRONA!
En mi novatez, solo atiné a decirle que no sabía cómo, refiriéndome a si solo decía “bueno” o “redacción” o “Noroeste”.
Se acercó con toda su humanidad, tomó con torpeza el auricular, lo levantó, se lo puso en la oreja y me miró de frente: ¡ASÍ CABRONA, ASÍ!
Ese es mi primer recuerdo con él. Desde entonces, siempre le celebré su “exquisito francés”. Fue nuestro chiste eterno. “No me llames, yo te llamo”.
Por es cuando vi la foto no podía quitar la mirada de esa imagen. Buscando el error. Ese dato que a todos se les pasó, pero que me daría a mi la verdad absoluta sobre la equivocación. No es Javier. Es otro.
Luego se me salieron las lágrimas y ya no pude ver más. Luego me dio coraje. PINCHE NECIO. Siempre escribiendo al filo del abismo. Le encantaba vivir en la boca del lobo.
Sé que no era pose cuando decía que de verdad creía en las letras. Que de verdad las cosas podían ser distintas. Que las historias podían sacar a la gente de la indiferencia. Que hay que decirlo. Que callarse es morirse y matar al mismo tiempo.
Pero ahí está su foto. Tirado a media calle. Con ese espantoso sombrero de paja. Y sin haberme escrito mi poema. Ni armado mi caravana por la paz. PINCHE FRANCÉS, qué poca madre eso de morirte.